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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

De escraches y otros escarnios olvidados

La facilidad con la que algunos políticos se refieren al nazismo revela ligereza y desconocimiento

J. Ernesto Ayala-Dip

Hace unos días leí un artículo del periodista Íñigo Sáez de Ugarte sobre la ignorancia de los políticos españoles al comparar cualquier asunto de política doméstica con el nazismo. Totalmente de acuerdo. A esos políticos habría que someterlos a cursillos acelerados de Holocausto y ocupación nazi, eso sin contar con otros no menos intensivos sobre las correrías antijudías y anticomunistas durante el gobierno de Adolf Hitler. No sé si esas clases bastarían para llenar las inquietantes lagunas históricas de nuestros representantes, pero me resisto a creer que ninguno haya leído nunca algo sobre ese terrible periodo. De haberlo hecho, no se entiende muy bien que semejante comparación les brote con tanta espontaneidad.

Se podría editar un libro sobre esta cuestión. Pero si no hay libros, hay hemerotecas. Yo recuerdo en una de ellas las declaraciones del exalcalde de La Coruña Francisco Vázquez, comparando la ley de inmersión lingüística (votada democráticamente y por no pocos votantes socialistas catalanes) con las persecuciones nazis, demostrando con ello su absoluta ignorancia de la naturaleza del nazismo y del significado sociológico y pedagógico de la ley, incluso del significado literal de la palabra persecución, tanta era su ignorancia. En la misma línea de sabiduría histórica se movían Esperanza Aguirre y el presidente de la Junta de Extremadura Rodríguez Ibarra. Me duele recordar, en esta estela de desgraciadas comparaciones, al Nobel José Saramago igualar los asentamientos de colonos israelíes (con todo lo que ello repugna) con los campos de exterminio nazi. Hasta que llegaron los llamados escraches, esa discutible forma de asedio a los representantes políticos antes sus domicilios particulares.

Soy por naturaleza enemigo de todo tipo de escarnio público. Si tengo que pronunciarme entre apoyar a los que gritaban ofensivamente a Isabel Pantoja y defender a la tonadillera ante los energúmenos, me decanto por ésta. Voy a recordar a los lectores un caso ignominioso de escarnio público (o escrache disimulado) pagado con nuestros impuestos. Sucedió en nuestra televisión pública. Fue en un talk-show de muchas risas (en vivo) y burlas que hizo furor. Se titulaba “Persones humanes” y lo presentaba Miquel Calzada. El objeto de escarnio fue la infanta Elena. De la imagen de esa chica llorando a moco tendido durante el desfile de la representación española en los Juegos Olímpicos de Barcelona, se hizo esa desafortunada noche uso y abuso, tal vez como cruel puching ball para descargar la adrenalina antimonárquica que planeaba por el plató, incluido el novelista Quim Monzó.

No creo que tuviera que ser uno monárquico para entender que ese escarnio demostraba hasta qué punto somos capaces de almacenar tanto mal gusto en tan pocos minutos. Además, me pareció que, dado que la infanta no da la medida de lo que la mayoría exige como canon de belleza femenina, la befa aumentó hasta límites vergonzantes. Por cierto, que en días posteriores no leí ni escuché a ninguna feminista repulsar el triste asunto. Para mí ese día no fue el más feliz de mi pertenencia a la especie humana.

Preferiría que los escraches no existieran, aunque tampoco que existieran los desahucios. La señora De Cospedal, erre que erre, insiste en el hiriente símil. Tampoco me gustan las políticas de la señora Merkel, pero mucho menos su recurrente y peligrosa caricatura con el bigotito hitleriano. Puestos a comparar con cierta verosimilitud: esos jovencitos neonazis apaleando parejas gays por las poéticas calles de París.

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