Consuelo en medio del dolor
Los seis psicólogos del SAMUR se han especializado en atender a las víctimas y en comunicar las malas noticias
“Atención, equipo romeo. Parada cardiorrespiratoria en la Puerta del Sol”. Nada más recibir este aviso, uno de los seis psicólogos del SAMUR acompañado por voluntarios se pone en marcha para atender a los allegados de la víctima. Este servicio, que es el primero de estas características creado en España, acude a todas las emergencias de la capital para atender a las víctimas y para comunicar los fallecimientos a los familiares y amigos. Sus actuaciones van desde atropellos a grandes catástrofes, pasando por accidentes múltiples o atender a víctimas de agresiones sexuales.
Un pitido en la emisora de mano es suficiente para lanzarles el mensaje a la unidad 774, como se conoce al equipo romeo. “Tenemos que actuar de manera muy rápida e inmediata para apoyar a las propias víctimas y a los familiares en el lugar de los hechos”, explica Mariló Condés, la pionera del servicio, creado en diciembre de 1999 con voluntarios. Internet, de hecho, hace que muchas familias se enteren de estos hechos luctuosos en segundos, con las consecuencias que ellos implica.
Lo primero que hacer es pedir a los implicados en la emergencia que les expliquen que ha pasado. Buscan así información práctica y que los allegados se tranquilicen en la medida de lo posible. Si hay un fallecimiento de por medio, el médico del SAMUR es quien da la noticia. A partir de ahí, empieza a trabajar el psicólogo. “Buscamos que saque las emociones, que se exprese y que nos diga lo que esté pasando para evitar problemas posteriores. Somos como una especie de bastón para que el afectado tome un papel activo en la resolución del problema”, añade Eva María Barata.
Lo que nunca hacen es comunicar noticias graves por teléfono. El motivo es que desconocen cómo puede reaccionar la persona o si se puede agravar alguna patología previa. “Si la persona está sola, necesita un apoyo psicosocial adecuado”, relata Begoña Ajates. La llegada de los policías municipales y de los psicólogos, vestidos de amarillo, al domicilio de los familiares ya pone en alerta a la persona. “Muchas veces no hace falta ni decirlo. Cuando nos ven, saben que ha habido algo muy grave. Eso sí, debemos comunicarlo pronto, porque son momentos muy angustiosos”, reconoce Condés.
Los psicólogos llevan maletines de reanimación y atención en primera instancia, pero nunca suministran medicación, ni siquiera un mero tranquilizante. “No sabemos si tiene alguna enferma anterior, por lo que en esos casos llamamos a un médico para que la atienda”, detallan las tres especialistas.
En su corta pero dilatada trayectoria se han encontrado con casos muy graves y que acuden a la memoria de la mayoría al hablar de catástrofes de la capital: bomba de la T-4 del aeropuerto de Barajas, atentados del 11-M, accidente del avión de Spanair,... “Lo que más me llamó la atención es el silencio que había en las estaciones en el 11-M. Fue nuestra gran prueba de fuego, porque nunca habíamos vivido una situación como aquella. Fue algo que hicimos y ya. No me ha afectado tanto como otras cosas de menor volumen”, afirma Eva María Barata.
Lo que no se les olvida a estos profesionales es la forma de reaccionar de la persona. Son muy variadas y depende del contexto. Las hay que irrumpen en un intenso llanto. Otras sufren un bloqueo y un embotamiento del que tardan en salir. También están las que niegan lo que les acaba de ocurrir. “Lo que también hacemos es preparar a las personas a despedir a sus seres queridos. Les preparamos para que lo visualicen en su mente. Les decimos que sus allegados habrán cambiado de color, que tendrán otra temperatura y que su fisonomía se habrá modificado”, detalla Mariló Condés.
Los casos más dramáticos suelen ser, según estas especialistas, cuando una madre pierde a un lactante por muerte súbita. En alguna ocasión, alguna ha llegado a tal punto de bloqueo que insistía en ir al Instituto Anatómico Forense, donde estaba el cuerpo del pequeño, a darle el pecho. “Son situaciones muy inesperadas y que van contra natura. Suelen provocar un dolor desgarrador”, afirman al unísono.
“La gente expresa sus sentimientos de forma muy distinta. Recuerdo a un adolescente que, cuando le dijimos que su padre había fallecido, nos dijo de forma muy expresiva: ‘Ya no voy a poder enseñar las deportivas a papá’. Una mujer fue aún más expresiva: ‘Me estáis matando con lo que me estáis diciendo”, entrelazan los comentarios las tres psicólogas.
Su labor no se queda en las horas posteriores a la emergencia. Muchas veces acompañan a los familiares de las víctimas a los hospitales, incluso hasta que les piden la donación de los órganos. Después hacen seguimientos a los meses para ver cómo ha evolucionado la persona, en especial si ha sufrido algún trastorno agudo o de estrés postraumático. “Cuando les llamamos, mucha gente nos da un abrazo, un gracias o un beso y eso es lo más bonito”. Es la parte más agradable de un trabajo que se enfrenta las 24 horas del día y los 365 días del año al dolor en estado puro.
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