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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Por un puñado de trajes

A Camps le bastaría con salvarse en este mundo y luego veremos qué hay de lo suyo en instancias celestes

Parece que Francisco Camps, expresidente de la Comunidad Valenciana, ha pasado ya a la historia, después de un breve calvario tras su curioso paso por los tribunales de justicia, y de manera no demasiado brillante. Renovar el fondo de armario a cuenta de una pandilla de pintureros irresponsables podría tal vez no constituir delito alguno si esa pintoresca recaptación se considera de forma aislada, es decir, si se prefiere olvidar a cambio de qué regalías mayores se llevaban a cabo semejante intercambio de obsequios. En cualquier caso, hay una imagen de Camps, en una de las sesiones del juicio en el que fue absuelto, en la que dirige su mirada al cielo (en realidad, al techo de la sala) y agradece al Altísimo con un guiño un tanto pícaro su presunta intercesión en el asunto, por lo que bien puede decirse que nuestro ex presidente está persuadido de que también Aquel en quien parece creer está al cabo de la calle respecto de obsequiosidades varias a cambio de la salvación eterna, aunque me temo, tal como están las cosas, que a Camps le bastaría con salvarse en este mundo y luego ya veremos qué hay de lo suyo en las instancias celestes. Lo que cuenta, en esa imagen de obscenidad, es la seguridad de Camps en que el mismísimo Dios (el suyo) le ha echado una mano en el momento oportuno, en un trampantojo de espejos que obvia, entre otras cosas, alguna que otra negligencia del jurado, complicidad acaso en algunos de sus miembros, y que de paso incluye al dios de su preferencia en la resolución de un asunto humano, demasiado humano, dadas las circunstancias, salvo en el caso de que Camps haya hecho llegar a su dios algunas de las airosas túnicas con las que a menudo se le representa en las ilustraciones de colegio por mediación de El Bigotes.

Así las cosas, no está claro a qué variante de espiritualidad sobrenatural se acogerá Rafael Blasco cuando se siente en el banquillo, o si simplemente mirará al techo para no enfrentarse a su historia y a su rico pasado en presuntas malversaciones, a dónde demonios dirigirá su mirada Diaz Alperi, ese bulldozer de ocasión que destroza cuanto toca, o si Sonia Castedo será capaz de emitir algo distinto a sonrisas encantadoras cuando se vea obligada a suministrar más explicaciones de las que ahora desea, por no mencionar a ese 40% de ediles municipales del PP en Orihuela imputados sin que su partido se moleste en tomar medida alguna.

Y para qué van a tomar medidas, ya que si lo hacen se quedan sin partido y con lo puesto. Urdangarin se larga a Catar a balonmanear, por si no hubiera ya mangoneado bastante (por aquello de la tradicional amistad con países árabes muy bien seleccionados), y lo mismo descubre por casualidad que necesitan de un aeropuerto que se encargará a Santiago Calatrava, porque las amistades peligrosas parecen ser eternas, más allá de las peleas lógicas que conlleva toda convivencia, y mientras un tipo como Bárcenas anda por ahí más feliz que una perdiz sin que casi nadie se atreva a toserle cuando debería mostrarse, quizás, algo contrariado. Pues no.

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