Concisión radical
Se escuchó la partitura en una versión algo mate, pero se batalló por lograr un punto de interés
La escenografía de esta producción del Teatro Regio di Parma se basó, casi exclusivamente, en los movimientos de los intérpretes dentro de una gran cámara oscura donde realidad y ficción diluían fácilmente sus fronteras. Se añadió a esto la labor de ocho bailarines-acróbatas que se convertían en serpientes, pájaros, fuego, agua o cualquiera de los elementos simbólicos que aparecen en la última ópera de Mozart. Figurines e iluminación quedaron limitados a la gama del azul oscuro para el mundo de la noche y su Reina, mientras que el de Sarastro, como símbolo de la luz y los ideales ilustrados, se sumió en la gama de los ocres.
La flauta mágica
De Mozart. Solistas: D. Johansson, G. Doronzio, T. Tatzl, M. Fredrich, In-Sung Sim, entre otros. Director musical: Ottavio Dantone. Director de escena: Stephen Medcalf. Coro y Orquesta de la Comunidad Valenciana.
Palau de les Arts. Valencia, 6 de abril de 2013.
Difícil hacerlo más conciso. Ni más barato. A veces, incluso, demasiado conciso. Quizás porque la radicalidad en cuanto a economía de medios no era solo fruto de una opción artística, sino que venía determinada por razones de presupuesto.
En cualquier caso, esta producción hubiera convencido mucho más, como siempre sucede en la ópera, si la música hubiera proporcionado ese punto de luz que podía faltar en la escena. A Ottavio Dantone la obra se le quedó algo desmayada entre las manos, y no consiguió esa gran síntesis que se plantea en ella entre lo popular y lo culto, o entre lo serio con lo bufo y lo fantástico. Tampoco orquesta y coro terminaron de alcanzar todos los retos que Mozart plantea, tocando y cantando con un trazo algo más grueso de lo que es habitual en los cuerpos estables del Palau de les Arts.
La batuta, además, tuvo problemas para ajustar a las tres Damas (cuyas voces convencieron, al igual que las del resto de comprimarios) con la orquesta. La interpretación de los tres Muchachos (solistas del Tölzen Knabenchor) hizo pensar a muchos por qué en España es tan difícil encontrar a tres niños que canten y actúen de esa manera.
En cuanto a los solistas principales, cabe aplaudir el intento general de adecuación estilística, aunque no todas las voces estuvieran a la altura necesaria. La flauta mágica tiene en su aparente sencillez y facilidad —solo la Reina de la Noche tiene un par de arias de virtuosismo visible— el más temible de sus obstáculos. Las exigencias en cuanto al legato, nobleza de emisión e igualdad de registros son muy altas.
Orquesta y coro no terminaron de alcanzar los retos que Mozart plantea
Así, tuvimos a un Daniel Johansson cuya voz, a pesar de sonar con luz y belleza, no parecía adecuada al repertorio mozartiano, pues no corría con la suficiente fluidez, y se mostraba tirante en el paso. Grazia Doronzio sí lució un instrumento con el cuerpo y la igualdad de registros que pide Pamina, y solo en las notas más agudas tuvo algún problema. A Thomas Tatzl se le vio cómodo con su Papageno, bastante más que a Loïs Félix con Monostatos. La Reina de la Noche (Mandy Fredrich) quedó a cargo, como sucede con frecuencia, de una soprano de voz tan ligera que pueda asumir las terribles agilidades de su parte, olvidándose del carácter dramático que tiene el personaje: es muy difícil poder sintetizar ambas vertientes. Estuvo mejor en la segunda aria que en la primera, quizá porque la posición era más cómoda y natural. Sarastro, de voz potente y grato timbre en la zona central, mostró un fraseo plano y ciertas prisas para finalizar su aria de invocación.
En definitiva: se escuchó la partitura en una versión algo mate, pero se batalló en ella por lograr un punto de interés, con una mirada ajena a la desidia y con ese antiguo intento de hacer, de la necesidad, virtud.
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