De cien en cien días
El enroque de Mas amenaza con otras elecciones anticipadas. Atribuir las culpas a Madrid es un mensaje ya obsoleto, luego inútil
Van revelándose los ciclos políticos de Artur Mas y su fase actual parece de agotamiento. Con dos elecciones en poco tiempo, su recaudación de votos ha menguado visiblemente y, según las encuestas, sigue en declive. Pasar de la contabilidad a la épica, de la gestión austera a la política de intuiciones inciertas es un rasgo familiar en los diagnósticos sobre un decaimiento. Encaramarse en la cresta sobreexcitada de la manifestación del 11 de Setiembre resulta un error de cálculo, una de aquellas intuiciones a ciegas que empeoran las cosas en lugar de solventarlas. En la abundancia de ese error radica una falla en la solidez que es imprescindible para la articulación de una sociedad civil. De ahí provienen atolladeros que comenzaron por ser artificiosos y al final son connaturales con un modo de hacer política y de hacer opinión.
Las dimensiones del atolladero se perciben al contrastar el discurso de Artur Mas sobre sus cien primeros días tras las elecciones de noviembre de 2010 y el de los cien días después de las elecciones anticipadas de septiembre de 2012. En la primera circunstancia, el presidente de la Generalitat afrontó la crisis con rigor. Ofrecía sacrificios y poco lucimiento. Acotó de modo convincente los efectos de la deuda y del déficit. Habló razonablemente de financiación económica, con el pacto fiscal como hipótesis. Ofreció gestión business friendly. No subir impuestos. Recortes presupuestarios para preservar el núcleo duro del Estado de bienestar. Significativamente, habló de la inserción de Catalunya en Europa, un club —dijo— que tiene unas normas. Incluso defendió el autogobierno por comparación con Estados independientes incapaces de gestionarse.
Por el contrario, en la segunda circunstancia, ya en abril de 2013, el discurso del presidente de la Generalitat perdía claridad, certeza, confianza, propósitos. No tiene salida, entre la consulta soberanista que le exige ERC —con los presupuestos en el limbo— y la necesidad de entenderse con el gobierno de Mariano Rajoy. Opta por el catastrofismo —situación de emergencia— que solo puede aliviarse con voluntad redentora y el concepto peculiar de “Transición nacional, derecho a decidir y consulta”. Fue de una rara dialéctica añadir que, con una consulta legal, “si el Estado quisiera, podría conocer la opinión de los ciudadanos de Cataluña”.
Han sido, probablemente, cien días en la nada, como esas naves que intentan cambiar de rumbo en alta mar, sin que los motores respondan
Han sido, probablemente, cien días en la nada, como esas naves que intentan cambiar de rumbo en alta mar, sin que los motores respondan. Para la vida pública catalana, el enroque amenaza con otras elecciones anticipadas. Atribuir las culpas a Madrid es un mensaje ya obsoleto y por tanto inútil. Una sociedad insatisfecha y desorientada o bien deriva hacia estados de opinión muy inestables u opta por el abstencionismo. De acentuarse un hundimiento político, lo de menos es que signifique uno u otro final para Artur Mas además de perjudicar a Convergència: lo sustancial es que genera inestabilidad y desafección en la sociedad catalana y deteriora los vínculos entre Cataluña y el conjunto de España, en un momento en que los mercados lo escrutan todo.
En sus primeros cien días, Mas afirmó con acierto que una generación no tiene derecho a endeudar o hipotecar a las siguientes, que no se puede gastar lo que no se tiene. En su segundo balance, hace unos días, no ofreció realidad, más bien una curiosa exhortación a la vez triunfal y victimista. Es hipotecar las nuevas generaciones con una “Transición nacional” impracticable según las normas del club europeo y el orden constitucional.
Ahora, la incógnita para el microcosmos político-mediático, aunque de escaso interés para amplias franjas de la sociedad catalana, está en si habrá otras elecciones autonómicas anticipadas y cuál será el tono de quien haga el discurso de los próximos cien días de gobierno. La confusión y los equívocos tienen un volumen notable. El Instituto de Tecnología de Massachusetts ha desarrollado un software para que los robots sean conscientes de sus limitaciones al querer localizarse a sí mismos. Será un software útil también en política.
Valentí Puig es escritor
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