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LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Fuérese Oliveros

El enigma de los misteriosos signos grabados en un portal de la calle del Carme

Imagen de los extraños signos en la barcelonesa calle del Carme.
Imagen de los extraños signos en la barcelonesa calle del Carme.CONSUELO BAUTISTA

Seguro que ustedes han pasado por delante miles de veces sin fijarse, de tan evidentes no son fáciles de ver. Están en la calle del Carme, en el portal que da entrada al Colegio de Cirugía del hospital de la Santa Creu. Constituyen una pequeña colección de letras grabadas por incisión en la piedra, que suelen pasar inadvertidas para el viandante. Unos signos mudos e imprecisos, que por motivo ignorado se dejaron impresos en las paredes de muchos edificios antiguos de Barcelona.

Hagan ustedes un ejercicio de paciencia y vista, y miren de otra forma la catedral o Santa María del Mar. Acérquense a sus grandes sillares de piedra y formulen sus propias hipótesis. Concretamente, en esa joya de la arquitectura civil que es el hospital de la Santa Creu verán una letra G y una serpiente erguida, un número 4, un triángulo invertido hecho con 7 puntos, otro triángulo hecho con 10 puntos, un 2 y un 3, una P mayúscula, una M y una N, cruces y rayas. Aún puede leerse Poma (manzana en catalán), y Beu (bebe en el mismo idioma, como un imperativo), al lado de lo que podría ser el dibujo muy esquemático de una fuente. En una inscripción pone “Fueresse luego Oliveros” (el nombre Oliveros aparece dos veces), y en otra la fecha 1539 con un apellido. También hay una mujer colgada cabeza abajo, y la frase “Fuego que se apaga”. Todo esto tan solo en las piedras del portal, en otros puntos del edificio puede verse marcas semejantes.

Hablo con la escritora e historiadora del arte Elsa Plaza, que ha intentado contestar a este enigma en su última novela El magnetismo del viento nocturno (Ediciones B). Hemos quedado para hacer un café en el bar Quimet de Horta, y no puedo evitar preguntarle por el motivo de dedicar un libro a unos grabados tan discretos: “Yo viví un tiempo en el Raval, entonces trabajaba en el archivo de la Corona de Aragón y cada vez que pasaba por delante de aquel portal me paraba a observar los grafitos. No se trataba de marcas de cantero ni de inscripciones formales, sino de escritos anónimos. Durante años busqué información de ellos en vano, pues nadie parece haberles prestado nunca la menor atención. Con el tiempo los fui fotografiando, y catalogando los mensajes que todavía eran visibles”.

La complejidad del conjunto de la calle del Carme solo se percibe forzando la vista, son mensajes dejados por distintas manos, que a juzgar por el tipo de letra fueron escritos entre los siglos XVI y XVII. El nombre de Oliveros seguramente alude al conde-duque de Olivares, que luchó contra los catalanes durante la Guerra dels Segadors. A pocos metros, en el vecino portal, casi esquina con la calle de Egipciacas pueden verse unas incisiones, seguramente producidas por los soldados al afilar sus bayonetas en aquella pared. Las casas de la vieja Barcelona fueron edificadas con piedra de las canteras de Montjuïc, que era muy apreciada para afilar armas blancas. Aunque también podría tratarse de un nombre inscrito que alguien intentó borrar con esos rayones verticales. Las posibilidades interpretativas son muy variadas. Como me cuenta la novelista: “El fuego que se apaga debe referirse al incendio que sufrió el hospital en 1638. El dibujo de la ahorcada podría ser de una muchacha acusada de quemar un horno de pan en la misma calle del Carme, a quien muestran como en la carta del tarot. En cuanto a la simbología numérico-alfabética parece propia de la sanidad, lo cual indicaría que sus autores podrían ser estudiantes de cirugía que se entretenían mientras esperaban para entrar en clase. Por ejemplo, la G y la serpiente erguida hacen referencia al dios de la medicina Esculapio, de la misma forma que el número 4, asociado a Júpiter, aparecía frecuentemente en las recetas de los doctores”.

Tomando como inicio el avistamiento en Barcelona de una aurora boreal en el año 1792, la novela describe una ciudad que en aquel momento despertaba tras la derrota en la Guerra de Sucesión. Una capital de provincias tediosa y aburrida, que se abría tímidamente a las novedades y comenzaba a desbordar sus propios límites; un lugar donde convergían “toda clase de viajantes, aventureros, literatos, miembros de sectas o todo en uno”. Entre el caos que creó la naciente modernidad, el alcalde de barrio Pere Oliveros estaba muy asustado por la llegada de las ideas de la Revolución Francesa a su hogar. Todavía eran recientes las revueltas del hambre provocadas por la subida de precios del pan, que tanto en Barcelona como en París estallaron en 1789. Por eso creía su vida en riesgo, estaba convencido que las paredes le hablaban y que en los muros podían leerse toda clase de amenazas. ¡Fueresse Oliveros!

En un mismo vecindario vivían el gruñón y anticuado barón de Maldà, el ilustrado y brillante inventor Francesc Salvà i Campillo, y el estafador esotérico Giuseppe Bálsamo Cagliostro, fundador de una supuesta logia mixta de la masonería. “En los archivos barceloneses figuran las actas de un juicio inquisitorial contra una mujer llamada Magdalena Basora de esta misma época, acusada de pertenecer a una logia masónica. Sería una de las primeras referencias a la existencia de una masonería femenina”. A pesar de un poder de sugestión tan alto, miles de personas pasan cada día por delante de estas letras grabadas en los muros sin darse apenas cuenta.

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