La lista
"Hay listas tan largas como una cola del pan de la posguerra, por ejemplo la lista de los políticos mezclados en tramas de corrupción"
Elaborar listas es una característica tan humana como la respiración pulmonar el instinto de reproducirse o la tendencia a aparcar en doble fila. Va una andando tranquilamente por la calle, perdida en alguna ensoñación inconfesable, y en el momento menos pensado le asalta una lista. Las listas son enumeraciones poéticas de nuestro inventario personal y en ellas apuntamos cosas tan trascendentales como los días de la semana, los planetas del sistema solar o el menú del día. A través de algunas listas, como la lista de la compra, se puede explicar la vida mejor que con un tratado de Economía. Otras, como la lista de Bárcenas, pueden servir para dilucidar cuestiones mucho más escabrosas y retorcidas como el caso Gürtel. Si yo fuera juez, grabaría esa lista a fuego en mi diario de batalla.
Una de las primeras listas que aprendí de memoria fue la de los reyes godos gracias a la magia de aquel señor con nombre de malo llamado Chindasvinto, aunque no me sirvió de mucho para ir de dura por la vida, la verdad. Fraga tenía a gala ser capaz de aprenderse de memoria el listín de teléfonos y en este país ilustrado eso te convertía en ministro.
Hay listas para todos los gustos. Está la lista de los 40 principales, la de los verbos irregulares en inglés, la de la alineación del Valencia FC, o la de las paradas de metro, como en la canción de Sabina: Tirso de Molina, Sol, Gran Vía, Tribunal./ ¿Dónde queda tu oficina para irte a buscar?/ Hay listas blancas y listas negras. Listas literarias, como la de los libros más vendidos, de la que no hay que fiarse mucho; listas de cine, como La lista de Schindler; listas domésticas, al orden del día, como las facturas pendientes a las que siempre hay que sumar las cuentas del ejercicio anterior, el balance catastrófico del año entrante y el frío de las noches muy largas…
Hay listas tan largas como una cola del pan de la posguerra, por ejemplo la lista de los políticos mezclados en tramas de corrupción; y otras que están más desiertas que una librería cerrada por defunción. Listas inacabables y listas a punto de agotarse, igual que la paciencia. Listas en las que vamos en el furgón de cola como un estado que lo ha perdido todo y listas en las que, sin embargo, estamos en cabeza como el país europeo que mayor desconfianza siente hacia sus representantes e instituciones. Con 300 parlamentarios, alcaldes y concejales imputados por los jueces, el porcentaje de desolación ciudadana ha batido ya el récord del 97%. Ni más ni menos. Para que vean que también destacamos en alguna lista.
Hay muchas clases de listas, algunas de ellas, discretas, simpáticas y municipales. Pero de todas las listas habidas y por haber, las que este país necesita con una urgencia de salvamento inmediato, son las listas electorales abiertas.
Imagínense un país donde los ciudadanos pudiéramos votar libremente a los candidatos que nos diera la gana, tachar a los que no nos gustan ni un pelo aunque sean de los nuestros y anticipar el despido procedente de aquellos que nos salgan rana, como en los países civilizados.
Una lista limpia, brava, con brío. Insurgente.
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