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CRÍTICA | david bisbal
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Del chiringuito a la etiqueta

12.000 personas abarrotaron anoche el Palacio de los Deportes para ver a este Bisbi que ha madurado

Bisbal, durante su actuación anoche en el Palacio de los Deportes.
Bisbal, durante su actuación anoche en el Palacio de los Deportes. VÍCTOR LERENA (EFE)

Olvidemos por un momento que David Bisbal se dio a conocer en un concurso televisivo pavorosamente hortera. El chaval de los ricitos áureos es ahora un caballero al que le abren las puertas del Teatro Real, el Carnegie Hall y el Royal Albert Hall. Nunca la sabiduría popular fue tan clarividente: hay gente para todo. Anoche, nada menos que 12.000 personas abarrotaron el Palacio de los Deportes para ver a este Bisbi que ha madurado, habla de sí mismo en tercera persona y escenifica la evolución del chiringuito y el bronceado marbellí a la pompa y el traje de chaqueta. Mucha etiqueta, en cualquier caso, para vestir tan poca chicha.

Nuestro protagonista arranca en calidad de embajador regional con Almería, algo parecido a una copla, y confirma desde ese momento los peores presagios: sigue confundiendo los trinos con una especie de teleles y ha preservado con los años su acreditada tendencia a vocear. Según avanza la velada, introduce unos arreglos orquestales tan atildados como una fiesta en el casino de Estoril e intercala parlamentos insulsos, cual yerno aseadito que, a falta de conversación, ayuda a la suegra a batir los huevos. En el fondo, David es un clásico: para introducir el clásico mexicano Te quiero, dijiste, admite su añoranza por aquellos tiempos en que podíamos agasajar “a nuestras parejitas con requiebros como “labios de rubí”.

Y todo ello, por no hablar de la escenografía: lamparones rococós y unas gráficas ondulantes que parecían salvapantallas del Windows 95. Bisbal sale bien parado en algún caso (como la primera vez, un Ave María’en clave de swing, ese Sombra y luz con rúbrica de Alejandro Sanz), pero suele invitar al sonrojo: las letras de ‘Dígale’ o ‘El ruido’ no alcanzarían para el graduado escolar. Y, tras Antonio Carmona, acaba invitando a sus cachorros catódicos Paco Arrojo y Rafa Blas. Una cortesía involuntariamente irónica: Blas ese un jevi’perfecto para un sábado de carnaval.

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