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“Sentía la necesidad de devolver favores”

Palmira Crespo es una vecina de Granada que ha organizado un comedor social en La Chana que funciona gracias a la colaboración vecinal

La granadina Palmira Crespo prepara los platos del comedor social que ha puesto en marcha.
La granadina Palmira Crespo prepara los platos del comedor social que ha puesto en marcha.M. ZARZA

Palmira Crespo echa la vista atrás y no se lo cree. Hace algo más de cuatro años vivía una situación radicalmente diferente. Sufrió malos tratos, estaba prácticamente sola en Madrid con sus dos hijas y no le quedó más remedio que pedir ayuda. “Lo peor es la vergüenza que pasas cuando pides ayuda”, recuerda aún con pudor. Ha logrado rehacer su vida con otra pareja y vive feliz en Granada. Tiene trabajo, pero sentía “la necesidad de devolver el favor” que le habían hecho, cuenta. Durante un tiempo tuvo que pedir ayuda para que sus hijas, que ahora tienen 11 y 19 años, pudieran comer. “Fue poco, más o menos un mes, pero estaba sola. Acudí a una parroquia y lo único que hacía era llorar y llorar hasta que rompí a hablar y me ayudaron”.

Ahora, ella y su actual pareja han montado una asociación sin ánimo de lucro (Cepamn) para prestar una primera atención a mujeres y niños. “Pensaba en todo lo que había aguantado y en que puede haber gente que le pase lo que a mí y que no sabe lo que tiene que hacer… Sentía la necesidad, y creo también que la buscaba yo”, confiesa. Prefiere mirar al futuro más que recordar el pasado, pero no se esconde puesto que tiene claro que su experiencia puede abrir los ojos a otras víctimas.

“Después de ver mi problema, el proyecto inicial era dedicarnos a mujeres y niños pero la situación nos ha obligado a convertirnos en comedor social y a atender a familias enteras a las que lo único que les pasa, y no es poco, es que no tienen para comer”, dice con conocimiento de causa. Desde septiembre sirven a diario entre 45 y 60 comidas y cenas en una modesta nave de 70 metros cuadrados en la calle Trucha del barrio de La Chana.

La aventura que iniciaron Palmira y su pareja, Ramón Fontela, un barcelonés de 47 años, ha tenido muy buena acogida en el barrio. De hecho, ellos no reciben aportaciones de instituciones y son los vecinos fundamentalmente los que abastecen de alimentos el comedor.

La Chana es un barrio obrero. “Aquí quien no tiene un hermano, tiene un primo o un tío que lo está pasando mal”, afirma Palmira. “Se conocen entre ellos, y por eso creo que la gente se ha volcado tanto”, añade. Ramón, que es constructor y comercial, reconoce que ellos son los primeros sorprendidos con la acogida. “Como lo tienen en el barrio, ven que es verdad, que la gente acude por necesidad”.“El problema es visible y cercano”, considera Fontela.

La asociación sin ánimo de lucro se financia también a través de rifas, sorteos y otros actos benéficos. Lo que obtienen con la venta de esas papeletas se reparte al 50% entre las mujeres que las venden, usuarias del centro, y el otro 50% para la financiación de los bienes. “Con eso se sacan un sueldecito y está muy bien, porque yo sé que para estas mujeres que viven una situación complicada, el trabajo es muy importante”, dice por experiencia. Y añade: “Que puedan ser independientes y mantener a sus familias es fundamental”.

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Pero, ¿qué lleva a dos personas anónimas, con su trabajo y su vida al margen, a embarcarse en una aventura solidaria de este tipo? Ambos lo tienen claro: “Una vez que empiezas a colaborar no lo puedes dejar, la conciencia misma te lo impide y la alegría es inmensa. La recompensa es la gratificación personal”, dicen.

Entre los dos forjaron la idea del proyecto y están viendo cómo se hace realidad. Él fue el que la introdujo en proyectos solidarios, si bien ella sabía que a lo largo de su vida tenía que devolver la ayuda que le habían prestado. Como en una cadena de favores.

Un premio que logró Palmira para mujeres emprendedoras, con el que ganó 6.000 euros, le permitió poner en marcha la asociación y el comedor. Invirtió esa cantidad en el proyecto, que según dicen, “les roba prácticamente todo su tiempo”. “Nosotros no tenemos un fin de semana libre, una tarde… la gente nos busca aquí”, comenta.

La dedicación es total porque la ayuda que ofrecen no es solo la comida; cuentan con un psicólogo, una trabajadora social y también voluntarios. Intentan orientar a gente que llega derrumbada a buscar una salida y tratar de hacerles ver que hay que luchar. “Sabes que no puedes ayudar económicamente ni al 100%, pero sí escuchar, ofrecer comida, si es necesario, y orientar”, dice Palmira. En estos meses han ayudado a dos mujeres que habían sufrido malos tratos.

Piensan que el comedor es una cosa transitoria, por la situación actual, pero su proyecto más inmediato es contar con un piso de acogida y no descartan ampliar el comedor a otros puntos de Andalucía, como Jaén.

Su experiencia en acciones sociales les avala. Hace dos años, cuando ya vivían juntos y Ramón colaboraba con otra asociación, comenzaron a repartir comida a gente necesitada en su propia casa. La voz se corrió y cada vez acudían más. “Soy muy charlatana y no me cuesta trabajo contactar con la gente”, reconoce risueña Palmira. Ha limpiado casas, cuidado a personas mayores, niños, ha trabajado en la hostelería, en televenta y de comercial. “Nunca he dicho no quiero hacer esto” y, quizá, por eso se las ha sabido apañar.

Su experiencia le sirve para ponerse en el lugar del otro. A las mujeres en situación delicada les ayuda ver un ejemplo como el suyo, ver que es posible salir. “Tengo la intuición innata, solo hablar un poco con ellas y detecto si les pasa algo… Soy maestra de nada, pero sé hacer de todo”, dice de sí misma. Salir de un problema así es difícil, pero “aquí está la prueba”, recalca orgulloso el constructor. Conocer la situación anterior de su actual pareja y conseguir superarlo fue muy importante y el punto de partida de esta experiencia.

Su acción no se la toman como un trabajo, es su vida. ¿Y la recompensa? “Que te arropan, que te buscan, que encima te demuestran que te quieren… Lo haría como un trabajo, pero es que para mí es una gratificación ya el día a día", concluye Palmira.

Una historia de gratitud

Palmira Crespo, granadina de 38 años, ha creado junto a su actual pareja, Ramón Fontela, una asociación para atender a mujeres y niños en situación de riesgo o exclusión social. Fue víctima de maltrato, pero ya ha superado ese drama. Desde que ella necesitó ayuda tuvo claro que tenía que devolver a la sociedad esa moneda. Un premio para mujeres emprendedoras fue el empujón definitivo. En septiembre puso en marcha un comedor social en La Chana que funciona gracias a la colaboración vecinal. “Lo peor es sobreponerte a la vergüenza de pedir ayuda”, declara.

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