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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Música de fregar los platos

Hay una relación entre el dinero y el ruido, y, si la prosperidad es mucho menos callada que la miseria, las casas de calidad pobre son siempre más ruidosas que las de calidad rica

Exposición 'Música y Acción' en el centro José Guerrero de Granada.
Exposición 'Música y Acción' en el centro José Guerrero de Granada.M. ZARZA

Ha cambiado la voz de las calles, o así lo siento cuando salgo de noche después del trabajo, en Nerja, en la frontera entre Málaga y Granada. Hay menos luz y menos ruido, menos gente, menos bares, menos coches que hace un año. Es como si la ciudad fuera una máquina tragaperras que no suena si no echas dinero, o suena menos si le echas menos, como si a menor dinero en circulación, hubiera menos circulación de personas y vehículos y electricidad. Hay una relación entre el dinero y el ruido, y, si la prosperidad es mucho menos callada que la miseria, las casas de calidad pobre son siempre más ruidosas que las de calidad rica.

Bajo estos días la calle Angustias, cruzo la calle Pintada, entro en la calle Trancos y oigo mis pasos como no los oía antes, cuando no cerraban negocios y no parecían tan nubladas las farolas. La música es, siempre nos recuerda algo, y los pasos por la calle Trancos, empedrada, de pronto me sonaron la otra noche a cuando andaba muerto de miedo, de niño, por la calle Oficios, en Granada, una calle de una negrura intimidatoria. Allí estaba, antes de llegar a la Capilla Real, la entrada a la sacristía de mi parroquia, el Sagrario, enfrente del periódico local del Movimiento Nacional, Patria, que ocupaba un edificio muy sonoro, de luces zumbantes de tubo fluorescente, al ritmo de las máquinas que imprimían Patria.

Donde estaba el diario Patria está hoy el Centro José Guerrero. Hay allí ahora una exposición sobre música, sobre el ruido y la realidad, o, más que una simple exposición, una exposición-concierto. Presenta actuaciones, imágenes, testimonios, composiciones, acciones e inventos de artistas más o menos músicos de los primeros setenta años del siglo pasado, un capítulo de la historia del arte moderno, de los tiempos ingenuos en que se pensaba que el arte no es sólo un tesoro venerable en manos del Estado, la Iglesia y las finanzas. Vemos, e incluso oímos alguna vez, instrumentos tradicionales y piezas para pianos y violines y tubas, aunque la partitura se limite a indicarle al intérprete que rompa el violín, como en Solo para violín (1962), de Nam June Paik. Un piano abierto recibe la visita de los limpiadores, que con un plumero y un cepillo le arrancan de vez en cuando una nota. Estamos oyendo Musique de Toilette, de Marinetti y Calderone, firma doble que suena a dúo de payasos.

Pero también podemos toparnos con una orquesta de cámara para coches que al aire libre encienden y apagan luces, arrancan y aceleran, ponen la radio y activan el limpiaparabrisas, como en Puesta de sol con motor de vehículo (1960), de George Brecht. Estoy escribiendo y me paro a oír los ruidos que me llegan de la plaza de la Ermita. ¿Qué oigo a las seis y diez de la tarde? Hace tres horas estaba fregando y oía la música de fregar los platos, percusión y viento, chorro de agua y cristal y metal, y me acordaba de una obra de John Cage, Paseo acuático (1959), para hornillo eléctrico, batidora, olla exprés, piano, radio, gong, trozo de tubería, bañera y otros instrumentos. Con esa pieza Cage recorría como atracción los concursos televisivos, y no es raro, porque toda esta música insólita es festiva, de feria. Cumple la regla esencial del arte: produce placer. Suena a risa, esa risa que controlamos en momentos demasiado solemnes, sacralizados, repetidos y repetidos con grandilocuencia de altos dignatarios o de sala de conciertos-catafalco para músicos y público vestidos de cadáveres. Otros músicos de la exposición son Ligeti, Stockhausen, Charles Chaplin o Buster Keaton.

La música de John Cage ‘Paseo acuático’ cumple la regla esencial del arte: produce placer

Aquí pocos hemos aprendido a leer música, pero voy a elegir entre las partituras que propone el Centro José Guerrero una fácil, para interpretarla a la manera en que en otros países se reunía la familia los domingos a tocar un terceto o un cuarteto de cuerda: Música de cuarto de estar (1965), de Tomás Marco, dedicada a la memoria de Richard Strauss. El instrumental es un piso de clase media, ventanas que se abren, ruidos de la calle y del patio, persianas, hojas de periódico, aparatos, muebles, personas. Como la música estimula el recuerdo, la obra de Marco acaba de devolverme a la memoria que en casa de mis padres las irritaciones más profundas se traducían en silencios aún más profundos. Para quien no quiera pensar en privacidades y prefiera una reflexión política en estos días de prácticas y consignas gubernamentales en favor del desaliento, la angustia, el miedo y la impotencia de masas, sugiero la Pieza de pared para orquesta (1962), de Yoko Ono, una pared blanca con una leyenda: “Daos de cabeza contra la pared”.

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Música y acción. José Antonio Sarmiento, comisario. Centro José Guerrero, Granada. Hasta el 3 de marzo. Justo Navarro es escritor. Su última novela publicada es El espía (Anagrama)

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