Un duelo en color
Zschiedrich traslada el juego de Choderlos de Laclos al escenario con una sobriedad escénica que compensa la exuberancia verbal
Quartett, la personal versión de Heiner Müller de Les liasons dangereuses de Choderlos de Laclos, representada por primera vez en Cataluña hace veinte años por Anna Lizarán y Lluís Homar en el Lliure, ha vuelto a la cartelera barcelonesa, tras otro montaje más reciente de Jordi Prat i Coll en la sala Àtrium, de la mano de Konrad Zschiedrich con nada menos que otra fundadora del Lliure como la Marquesa de Merteuil, Muntsa Alcañiz, y Mingo Ràfols en el papel de Valmont, los dos únicos personajes que Müller toma de la novela. En su sintética pieza, ambos se reencuentran tiempo después de su intensa relación y hablan de su pasado, recordando sus conquistas —personajes en los que se desdoblan—, y de su presente, siendo este un período que el dramaturgo sitúa entre las vísperas de la Revolución Francesa y las ruinas de una hipotética Tercera Guerra Mundial. El formato epistolar de Las amistades peligrosas,la malicia, la venganza y la frivolidad que exhibe la pareja protagonista se convierten en la pieza de Müller en una reflexión sobre la relación entre los sexos, y entre la materia y la conciencia, pero también sobre el teatro y la representación; del tratado de seducción sexual de Laclos pasamos a una especie de danza verbal y barroca de persuasión y de destrucción que puede costar seguir.
Quartet
De Heiner Müller.
Traducción y dirección: Konrad Zschiedrich.
Intérpretes: Muntsa Alcañiz, Mingo Ràfols.
Teatre Akadèmia, Barcelona.
Hasta el 10 de febrero.
Zschiedrich traslada tan críptico juego al escenario con una sobriedad escénica que compensa la exuberancia verbal. El duelo interpretativo es a todo color: Alcañiz viste un sencillo y favorecedor vestido rojo carmín que contrasta con el azul eléctrico del atuendo de Ràfols. Ella, bella, elegante, segura, distante, encarna a la marquesa con todos los atributos de una gran dama sin esfuerzo; sin embargo, me costó ver en Ràfols trazas del seductor vizconde bajo el tono pitufo de su traje. Ambos afrontan sus respectivos papeles desde una deliberada artificiosidad que va del divertimento al desdén. Una pieza tan interesante como difícil.
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