La Sinfónica cierra con tres conciertos una semana maratoniana
El Palacio de la Ópera, con notable presencia de público, se llenó de sonido durante más de dos horas. La emoción, causa primera y consecuencia final de la música, habrá de esperar
La Orquesta Sinfónica de Galicia, dirigida por Víctor Pablo Pérez, ha celebrado tres conciertos –el jueves en Vigo y viernes y sábado en A Coruña-, en los que tras acompañar a Ainhoa Arteta en los siempre exigentes Cuatro últimos lieder de Richard Strauss, se enfrentaba a la monumental Sinfonía nº 9 de Anton Bruckner. Ha culminado así una de las semanas de trabajo más duras de sus más de veinte años de historia, con ensayos desde el lunes hasta el jueves por la mañana y tres conciertos consecutivos de jueves a sábado.
En el del sábado, Arteta puso cierta emotividad y grandes dosis de entrega a un ciclo que no parece corresponder bien a su voz, algo falta de peso en el registro más bajo de esta partitura y sometida a un excesivo esfuerzo que bien puede ser la causa de un vibrato demasiado amplio y alguna vacilación ocasional en la afinación. En cualquier caso, su gran capacidad de expresión y su presencia escénica suplieron cualquier problema vocal, obteniendo una merecida ovación del público. Víctor Pablo Pérez y la OSG hicieron un más que correcto acompañamiento.
Si el programa del concierto dirigido el día 3 por James Conlon parecía diseñado para someter a una dura prueba la calidad de la orquesta, el de esta última ha llevado al límite la resistencia física y emocional de sus componentes. El rendimiento de una orquesta se debe medir desde el punto de vista artístico y un exceso de horas de ensayo o de conciertos puede comprometerlo gravemente.
En la Sinfonía nº 9 de Bruckner, la Sinfónica acusó el esfuerzo de toda la semana, lo que sin duda explica ciertas imprecisiones habidas. Desde el punto de vista formal, ha sido una versión correcta, eliminando cierto excesos de anteriores interpretaciones de Bruckner, algo más equilibrada en dinámica y sin ciertas exageraciones expresivas, que antes nunca faltaban en la sucesión de clímax y pausa de cualquiera de sus sinfonías.
Hubo grandes solos de trompa, oboe y violín y la sección de trompas estuvo a su enorme y acostumbrada altura. Solo faltó el largo aliento y la tensión mantenida necesarios para hacer un Bruckner de gran altura. El Palacio de la Ópera, con una notable presencia de público, se llenó de sonido durante más de dos horas. La emoción, causa primera y consecuencia final de la música, habrá de esperar su turno.
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