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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El caos

"Fabra no sabe cómo quitarse de encima a los imputados que anidan en su propio partido"

El exconsejero de Hacienda, José Manuel Vela, dejó su cargo horas antes de que, oficialmente, se diera a conocer su imputación por la comisión de tres presuntos delitos: revelación de secretos, infidelidad en la custodia de documentos y encubrimiento. Vela entregó en las Cortes Valencianas un sobre a Rafael Blasco que, según numerosos testimonios gráficos, contenía un informe del interventor general de la Generalitat sobre el caso Cooperación, que investiga el desvío de cantidades de ayudas millonarias a la cooperación y que acabaron en manos de una trama de empresas privadas, en la época en que Blasco era consejero de Solidaridad y Ciudadanía y por el que está siendo investigado por el Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad Valenciana. Vela tuvo la decencia de dar la cara y anunciar él mismo su dimisión ante los medios de comunicación en una comparecencia en la que fue contundente en negar los hechos que se le imputan. “Es rotundamente falso”, dijo. “A Blasco le di la copia de mi intervención en el debate de presupuestos”.

Al exconsejero de Hacienda se le pueden atribuir muchas cosas. La más grave, sin duda, el estado en que deja las cuentas autonómicas: quebradas y sin posibilidad de recuperación a medio plazo. Pero, que se sepa, no es un mentiroso. No es esa una característica de Vela; aunque ante imputaciones tan graves y a punto de tener que declarar ante el juez, las reacciones humanas son imprevisibles. Pero supongamos que Vela dice la verdad. Si no fue el autor de la filtración, ¿quién le dio el documento a Blasco? Cabe pensar que la respuesta a esa pregunta la obtendrá el juez José Flors cuando interrogue al exportavoz parlamentario del PP. No es la única cuestión que provoca dudas. ¿Por qué y para qué le entrega Vela a Blasco su discurso de presupuestos, cuando va a pronunciarlo minutos después desde la tribuna de las Cortes? Más sentido hubiera tenido habérselo entregado con tiempo suficiente si lo que quería era la opinión del exportavoz. ¿Manda, o influye, tanto Blasco sobre los miembros del Consell como para que uno de estos le entregue copia de su intervención a un diputado que ya no tiene ninguna responsabilidad en el grupo del PP? ¿Por qué Blasco, que tras recoger el documento de Vela salió del hemiciclo para regresar minutos después, fue tan indiscreto como para leer en público un informe confidencial, al alcance de los objetivos de los fotógrafos de prensa? ¿Tantos años en política, clandestinidad antifranquista incluida, no le han alertado sobre la conveniencia de la cautela? ¿Es Blasco un ingenuo? No lo parece. ¿Qué gana con esto? ¿Y si, al final, las cosas son como parecen: Vela le entregó el informe de la Intervención General porque la ansiedad y la tensión de Blasco eran tan fuertes que necesitaba saber qué decía el documento antes de ser entregado al juzgado? ¿Y si Blasco lo leyó en público porque hasta el mejor escribano echa un borrón, víctima de los nervios? ¿Entonces?

El vicepresidente del Consell, José Ciscar, que no oculta la incomodidad que le provoca la continuidad de Blasco en el grupo parlamentario, ha vuelto a insistir en lo obvio: el acta de diputado es personal y nadie puede obligar a dimitir a quien no quiere hacerlo. Cierto. Pero este penoso episodio ha vuelto a dejar en evidencia al presidente de la Generalitat. Alberto Fabra no sabe cómo quitarse de encima a los imputados que anidan en su propio partido y no se decide a dar un golpe de mano y enviarlos al grupo de no adscritos. La indefinición presidencial resulta inquietante y algunas de sus decisiones, insólitas. Traspasar la cartera de Hacienda, aunque sea temporalmente a Ciscar, ha dejado a los pies de los caballos a su consejero de Economía. Máximo Buch puede pensar con fundamento que su etapa en el Gobierno valenciano va a ser muy corta. Tanto que puede acabar con la remodelación del Consell que se aventura para antes de final de año.

En un viejo chiste de Chumy Chúmez, un político se dirige al público y le plantea: “¡Elegid! O yo o el caos”. Y la respuesta unánime que obtiene es: “¡El caos, el caos!”. No es probable que Fabra ponga a los valencianos en un dilema semejante porque conoce cuál será la respuesta.

Frivolidades izquierdistas. La compra del Banco de Valencia por La Caixa por el simbólico precio de un euro ha dado pie a no pocas frivolidades a cuenta del anticatalanismo de la burguesía valenciana, que ahora ve como todo su universo financiero ha pasado a manos del capital catalán. Quienes así opinan deberían medir sus ocurrencias. Ni toda la burguesía valenciana fue anticatalanista, ni el “oro catalán” es tan catalán. Algunas cosas es mejor dejarlas en paz, no sea cosa que vuelvan a dar guerra. Y este pueblo aún está pagando las consecuencias de la Batalla de Valencia de los 70 y 80 del siglo pasado. Prudencia, pues.

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