Vivaldi electrificado
El proyecto Sinfonity hermana a una veintena de guitarristas para recrear los sonidos de una orquesta sinfónica


Cualquiera que se cruzase con Pablo Salinas por la calle podría imaginarlo al frente de un grupo de heavy metal, marcándose sus solos estruendosos, ensayando posturitas épicas o luciendo muñequera de tachuelas. Pero la larga melena, como cualquier otra apariencia, también pueden conducir a engaño. A este músico y compositor de 46 años le vuelve ciertamente loco el rock (“de AC/DC a ZZ Top, para cubrir todo el alfabeto”), pero de niño también juró amor eterno a los pentagramas como organista litúrgico en San Lorenzo de El Escorial. Y aún hoy, nada más desayunar cada mañana, calienta los dedos con las Variaciones Goldberg, cumbre del ingenio de Bach y objeto, como demostró Glenn Gould, de acendradas obsesiones melómanas.
La pasión clásica y la popular de Salinas confluyen ahora en Sinfonity, un proyecto de apariencia estrafalaria y sonido inusual que hoy y mañana podrá escucharse por vez primera en el Teatro Fernán Gómez. Las cuatro estaciones, de Vivaldi; la Danza ritual del fuego (Falla), o Los planetas, de Gustav Holst, integran un repertorio que respeta escrupulosamente las partituras originales. “No se trata de una adaptación simplificada, como hacía Waldo de los Ríos”, aclara el creador del espectáculo, “sino de que cada guitarrista asuma una voz de la obra original”. Entre 13 y 24 músicos, según el caso, se encargan de consumar esta insólita electrificación. Sin grandes trucos ni efectos; solo con pequeñas distorsiones. ¿El resultado? “Perdón por la arrogancia, pero suena muy bien”, resume Salinas.
Autor de música televisiva y bandas sonoras para Gracia Querejeta o Blanca Portillo, escudero de Miguel Ríos durante 11 giras y de Luz Casal a lo largo de los años noventa, productor de Albertucho o líder de un trío jazzístico. He aquí parte del currículo de Pablo Salinas (Antequera, Málaga, 1966), un hombre que debutó en escena con 14 años, acompañando a Los Chichos en el Royal Albert Hall londinense, y que antes de alcanzar la mayoría de edad se sumergió con Topo en el rock urbano y la despendolada noche de la movida. Ahora pretende saldar con Sinfonity su deuda de gratitud hacia la música clásica, aunque le consta que el experimento no será ajeno a las suspicacias. De unos y de otros.
“El músico moderno está obsesionado por la creación y el clásico, por la interpretación”, resume. “El primero opta por una aproximación liviana y el segundo, por la disciplina. Yo pienso como un compositor clásico, pero no comparto su pedagogía. La música debería primero comprenderse y luego, aprenderse”. De momento, la atípica fusión clásico-rockera de Sinfonity cruzará el charco en 2013 para grabar un disco junto a una formación relativamente similar de Massachusetts, la Happy Valley Guitar Orchestra. Y que cada cual, heterodoxo o purista, extraiga sus propias conclusiones.
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