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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Fracasos

Solo desde una lógica política surgida de la entrepierna pueden Rajoy y los suyos interpretar lo sucedido el 25-N como un éxito propio

Indudablemente, Convergència i Unió sufrió el pasado domingo un severo revés en sus expectativas. El malestar social producido por los recortes (y catalizado en una huelga general de la que no hay precedentes a diez días de la jornada electoral); una campaña torpe, sin sutileza, y la presencia disuasoria en las listas de personajes tan controvertidos como Xavier Crespo i Llobet; los efectos deletéreos que sobre el electorado más nacionalista ha tenido la actitud de Duran Lleida, un verdadero manatial de votos para Esquerra; la guerra sucia orquestada por El Mundo con la anuencia del Gobierno central, todos estos factores, más la incapacidad de CiU para prever que, a la alta movilización soberanista, le respondería una simétrica movilización unionista excitada por el discurso del miedo, confluyeron para dejar a Artur Mas políticamente disminuido y en una complicadísima situación parlamentaria.

Dicho esto, sólo desde una lógica política surgida de la entrepierna, no del cerebro, pueden Rajoy y los suyos interpretar lo sucedido el 25-N como un éxito propio. ¿Éxito que, en lugar de una mayoría absoluta soberanista controlada por CiU, esa mayoría dependa hoy de Esquerra Republicana, con la CUP como aguijón crítico? ¿Creen en la Moncloa que la aritmética surgida de las urnas garantiza mejor esa estabilidad a la que don Mariano apela y que la prima de riesgo requiere? ¿Piensan que dibuja un escenario más propicio para seguir con las políticas de austeridad dictadas por Europa?

Tampoco los resultados del PPC dan para muchas alegrías, aun cuando Esperanza Aguirre sostenga que los catalanes “premiaron” a su partido. Si, en los comicios con la mayor polarización identitaria de los últimos cien años (desde las generales de 1907, las de Solidaritat Catalana frente a Lerroux) y pese a una participación sin parangón en este tipo de convocatoria, un PP catalán erigido en baluarte de la españolidad, identificado con el “Gobierno de la Nación” y reforzado en campaña por los miembros de dicho Gobierno casi en pleno, consigue a duras penas ganar un diputado, sin alcanzar siquiera el modesto registro (13,08% del voto válido) obtenido por Vidal-Quadras en 1995, el balance no puede describirse de otro modo que como un sonoro fracaso.

¿Y qué decir de las cifras que el escrutinio otorga al PSC? Pere Navarro habló de un “resultado muy digno”, y desde el PSOE lo calificaron de “más que digno”; pero, dignidades al margen, el naufragio político no tiene paliativos. Un partido que, desde 1999, ha caído imparablemente de los 50 a los 20 escaños y del 37,8% al 14,4% de los votos; una sigla que, tras haber gobernado Barcelona durante más de tres décadas, es hoy la cuarta fuerza en la capital, a punto de sufrir el sorpasso de la quinta (ICV), necesita no ya un congreso extraordinario, sino una radical refundación, por mucho que su actual cúpula se resista a ello. Y gracias al cielo —o más bien a una judicatura benévola— que la Operación Mercurio ha estallado esta semana y no lo hizo antes del 25-N, porque en tal caso el hundimiento de los socialistas catalanes hubiera podido ser total.

Así pues triunfadores, lo que se dice triunfadores, hubo pocos el pasado domingo. Básicamente tres, y por este orden: Esquerra Republicana, que sólo con su pedigrí independentista, un liderazgo juicioso y haber hecho borrón del tripartito, ha logrado un espectacular rebote hasta más arriba de los resultados de 2006; Ciutadans, que supo ofrecer a mucho elector unionista la reconfortante sensación de que podía votar a la vez España, izquierda y hasta un poco antisistema; y la CUP, capaz en tiempos de cólera de llevar a la extrema izquierda clásica y al “independentismo de combate” hasta los escaños del Parlament. También obtuvo un éxito, siquiera menor, Iniciativa per Catalunya Verds, aunque no se erigió en nuestra Syriza, y Joan Herrera está todavía lejos de ser el Alexis Tsipras catalán.

Y, por supuesto, ganaron El Mundo y Pedro J., pero ese triunfo ya lo han glosado ellos.

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Joan B. Culla i Clarà es historiador.

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