Ácido bórico
El domingo se verá si la irrupción de las alcantarillas ha sido catapulta o bumerán
Recapitulemos. Tenemos un Estado en cuyo seno, y de forma aparentemente inopinada, un territorio que representa el 16% de la población total, el 18,7% del PIB y un porcentaje mucho más alto de las exportaciones, del potencial turístico, etcétera, inicia una dinámica política y social que puede conducirlo a la secesión; y el primer test democrático sobre el empuje de dicha dinámica se dilucida el próximo domingo. En tal escenario, ¿es verosímil que las estructuras de ese Estado en riesgo siquiera lejano de amputación permanezcan indiferentes, pasivas ante lo que para ellas es una grave amenaza? ¿Es creíble que se contenten con advertencias jurídicas y espantajos de campaña? Quizá lo fuese si hablásemos de Finlandia o de Dinamarca, pero no de España.
De modo que, tal como era de prever, las alcantarillas del Estado se han puesto en marcha para tratar de descabezar el desafío catalán. Y —cosas de la conectividad— han hallado sus aliados naturales en las alcantarillas del periodismo. ¿O es que alguien pensaba que quien se vanagloria de dictar con sus artículos y campañas la agenda política española desde hace décadas, quien se precia de encumbrar o derribar a voluntad liderazgos y Gobiernos enteros, iba a inhibirse de la situación en Cataluña?
Así pues, desde el pasado viernes la máquina de la guerra sucia se ha puesto en marcha. Y el diario que, en su delirante campaña conspiracionista acerca del 11-M, descalificó toda suerte de informes policiales suscritos por mandos de probado prestigio, el diario que popularizó el “ácido bórico”, usa de un “borrador de informe” de autoría desconocida (dicen que escrito por policías “de la escala básica”) y nulo valor probatorio para lanzar un alud de insinuaciones delictivas contra Artur Mas, Jordi Pujol, Felip Puig y los Mossos d’Esquadra. Significativo, esto último, si recordamos a Aznar denunciado, hace pocas semanas, que “se chantajea con la utilización de un cuerpo armado autonómico en un proceso secesionista”. ¡Ay, el imperecedero vínculo tejido en aquel balconcillo de Carabaña…!
Lo más penoso, con todo, ha sido ver a María Dolores de Cospedal —la secretaria general del partido de Naseiro, del partido de Gürtel, del partido de Matas— haciendo de catón de la moralidad política. Y escuchar a Carme Chacón agarrándose sin ningún escrúpulo a las acusaciones de El Mundo —sobre cuya “independencia” el PSOE tiene tantas pruebas…— para caricaturizar el soberanismo como cosa de ricos, evasores y corruptos.
El domingo se verá si la irrupción de las alcantarillas en la campaña ha sido catapulta o bumerán; si los ciudadanos dan más crédito a sus líderes democráticamente validados, o a conspiradores e intrigantes a los que no ha votado nunca nadie.
Joan B. Culla i Clarà es historiador.
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