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Un concejal acostumbrado al ojo del ciclón

Pedro Calvo cayó por el ‘caso Madrid Arena’ cuando iniciaba una etapa plácida tras ocho años en Seguridad

Pedro Calvo
Pedro CalvoAgustin Sciammarella

No levanta la voz, sin estridencias escucha a todo el mundo, asiente, y luego decide sin parar mientes en a quién puede importunar. Se declaró objetor de conciencia cuando aquello sonaba a insumiso en un partido, el suyo, el Partido Popular, que lo veía como un quebradero de cabeza.

Hace lo que cree que debe hacer, pero piensa siempre en el partido. Por eso dimitió el pasado martes, apenas dos horas después de ser imputado por el juez del caso Madrid Arena. Su nombre no aparece en un solo papel, pero es el máximo responsable municipal del pabellón en el que perdieron la vida cuatro jóvenes en una fiesta el 31 de octubre. Fue imputado como garantía jurídica, defiende su entorno, pero le costó la carrera política. Si sale limpio, difícilmente volverá al Ayuntamiento. Pero tampoco tiene en principio muchos más sitios adonde ir. Lleva en política toda la vida. La política es su vida.

Se vino de Galicia en 1989, detrás de su novia de muchos años en Lugo, cuando ya era el líder regional de Nuevas Generaciones. Aquí fue presidente nacional de la organización juvenil del PP cuando a los jóvenes aún les importaba la política de partido. Coincidió con el momento de la refundación del PP. José María Aznar, que también había llegado a Madrid en 1989, nutrió el partido con estos jóvenes, sobre todo a nivel municipal. Agustín Iglesias (ahora alcalde de Oviedo), Daniel Sirera (que llegó a presidir el PP catalán), Miguel Ángel Villanueva (vicealcalde madrileño, salpicado también por el caso). Aquí conoció también a su mujer, Ana, afiliada de Nuevas Generaciones en Castellón, con la que tiene dos hijos. Fue diputado regional con 23 años, senador con 27 y consejero con 32. Se encargó entre 2000 y 2003 de Medio Ambiente y Protección Ciudadana, y lleva a gala haber iniciado el proceso para convertir la sierra de Guadarrama en parque nacional.

Alberto Ruiz-Gallardón se lo llevó con él al Ayuntamiento, y le puso al frente de un caramelo envenenado: el Área Municipal de Seguridad. Las personas de confianza son las que terminan gestionando la patata caliente. No tardó en comprobarlo: en 2004 le sacó de la cama a las siete y pico de la mañana una llamada: “Ha habido una explosión en varias estaciones o trenes. Hay un número de fallecidos importante”. Aquel 11 de marzo coordinó a la Policía Municipal y al Samur, amén del resto de operaciones de seguridad en la ciudad. El jefe de la Policía Científica le pidió “un lugar amplio a ocho o nueve grados de temperatura”. Calvo convirtió el pabellón 6 de Ifema en una descomunal morgue. Debió acertar, porque cuatro años después hubo de repetir todo el proceso.

Era agosto de 2008. Estaba en la playa de Gandía comiendo una paella con un amigo cuando le llamaron: se ha caído un avión al despegar, hay muchos muertos. Dejó a su amigo tirado en bañador y se volvió en su coche a Madrid. Montó una operación similar al 11-M. Para 2011 estaba ya anímicamente agotado. Todo lo malo le tocaba organizarlo a él. Quizá porque nunca perdía la calma, porque parecía tenerlo todo listo ya en la cabeza.

Gallardón jamás perdió la confianza en él. Ni siquiera cuando en 2006 fue acusado de conceder un importante contrato de gestión de parquímetros a la empresa de un amigo suyo. Salió airoso en los tribunales, pero aquello manchó para siempre su expediente y sembró dudas sobre su integridad, que aún le acompañan. En 2011, le pidió al alcalde un área nueva. Pero le tocó apechugar con Seguridad unos meses más, eso sí, sin las competencias de Movilidad, que engordaron la cartera de la alcaldesa in pectore, Ana Botella. Movilidad es precisamente de lo que más le gusta a Calvo, junto con Medio Ambiente. Amante de las motos, vendió una enorme de carretera y ahora estaba pensando en comprar un scooter para venirse a Madrid desde su casa en las Rozas. Cuando Gallardón fue nombrado ministro de Justicia, supo que no le llevaría consigo. Cuando Botella le anunció que le quería como concejal de Economía, casi la besa.

Estaba contento con ese trabajo, pese a que la crisis le había dejado casi sin margen de maniobra. El 31 de octubre murieron cuatro jóvenes en una macrofiesta en el pabellón Madrid Arena, que depende de su área. La primera rueda de prensa la dio Miguel Ángel Villanueva, que a partir de entonces concentró los principales golpes de la prensa. EL PAÍS publicó un informe oficial que demuestra que el Ayuntamiento conocía desde 2010 fallos de seguridad en el recinto. En realidad, él solo estaba al frente de su gestión desde marzo. Pero le dio tiempo de pedir en mayo unos informes de seguridad que descubrieron deficiencias en otros recintos municipales. Pese a ello, no se cerraron al público hasta después de la tragedia.

El golpe definitivo se lo ha llevado Calvo: fue imputado, y dimitió. Cayó cuando menos lo esperaba. Queda por ver si fue cuando menos lo merecía.

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