Ironía para descolocar rutinas
Oldenburg invita a emplear dosis de imaginación para interpretar su trabajo El Guggenheim Bilbao presenta 300 piezas de uno de los padres del arte pop
Un gran cucurucho de helado verde tirado en el suelo. Hamburguesas incomestibles con un color y un realismo envidiables que despiertan el estómago de cualquier visitante en hora punta. Un teléfono de desorbitadas dimensiones que cuelga, cual globo pinchado, del techo. Un serrucho torcido que necesita varias personas para ser utilizado.
Son objetos cotidianos que la atención de cualquiera descarta como si fuesen invisibles a la luz del día, pero que no pierden la ocasión de sorprender cuando se muestran en una clave irónica. Al menos, así ocurre en el lenguaje de Claes Oldenburg (Estocolmo, 1929), quien ayer presentó en el Museo Guggenheim de Bilbao una amplia muestra que repasa su producción de los sesenta con cerca de 300 obras, “locuras creativas”, según describió él mismo, creaciones que invitan a la reflexión.
“Disfrutad las obras a través de la imaginación. ¡Utilicen la imaginación, por favor!”, clamaba Oldenburg, uno de los pioneros del arte pop, en Bilbao. “El lenguaje que yo hablo no tiene que ver con las palabras, sino con la creación, con el tacto, con el hecho de ver cosas”, añadía.
“Mírenlo como si fuera arte clásico”, insta a quienes visiten la muestra
El recorrido por una de las principales apuestas del Guggenheim bilbaíno para esta temporada comienza por The Street (1960), una instalación que lleva al visitante, gracias a creaciones colgadas del techo, en el mundo callejero de Nueva York visto por un autor que desde pequeño ha vivido en EE UU. Le siguen las piezas que creó para The Store (1961-1962), como prendas de vestir, unas patatas fritas del tamaño de un bate de béisbol bañadas en kétchup, o una tarta que, por su tamaño y por su material bien podría ser un colchón sobre el que dormir.
Unos pasos más allá, The Home (1963) se abre camino, con interruptores de gran tamaño, enchufes que cuelgan del techo, un lavabo y una llave blandos o la maqueta del célebre lápiz de labios gigante móvil. Finalmente, el Mouse Museum (1977), con una estructura similar a la cabeza de Mickey Mouse, recopila nada menos que 381 pequeños objetos.
El comisario resalta que las obras se funden con el museo bilbaíno
A ellos se suman dibujos, cuadernos de apuntes y películas en súper 8, algunas realizadas por el propio artista, que nunca habían sido mostrados y que muestran el proceso creativo de Oldenburg y dejan cuenta de las performances que ha realizado.
Sin rodeos, con una capacidad de almacenaje de objetos que raya lo sorprendente, este pionero del pop art hizo una petición a los visitantes de la muestra: “Mírenlo como si fuera arte clásico. Lo que más me ha preocupado han sido la forma y el color, mucho más que las ideas que pueda haber en mis obras”.
El de Oldenburg es un popalejado de la “frialdad y el cinismo” de otros autores; es mucho “más humano, más expresionista”, comentó el comisario de la exposición, Achim Hochdörfer, conservador del Museum moderner Kunst Stiftung Ludwig Wien (Mumok) de Viena.
Parte de los centenares de objetos expuestos será difícil volverlos a ver en público, advertía Hochdörfer, debido a la fragilidad de algunos de ellos y a la larga itinerancia de la antológica. Después de Viena y Colonia, donde ya se ha podido ver, pasarán el invierno en Bilbao —la muestra se clausura el 17 de febrero— y después viajarán al Moma de Nueva York y a Minneapolis. Sin embargo, siempre se pueden visitar las obras que junto a su esposa, la también artista Coosje van Bruggen, fallecida en 2009, realizó a partir de la década de los setenta y que salpican ciudades de todo el mundo en forma de cerillas, sombreros, chinchetas o incluso cucharas en tamaño XXXL.
Más de cerca, las piezas expuestas en Bilbao se funden, según precisó el comisario, de una manera “muy orgánica y natural” con las formas y el espacio de la pinacoteca bilbaína, apuntando a la amistad que une desde hace décadas a Oldenburg con el autor del edificio de titanio, el arquitecto Frank Gehry. De hecho, uno de los espacios didácticos de la exposición está centrado en Barco navaja, una navaja suiza gigante sobre la que ambos artistas protagonizaron en Venecia en 1985 una performance.
A sus 83 años, Oldenburg dio ayer tenues muestras de timidez al asegurar que con una antólogica de semejantes características, se siente sometido a “un examen”. “Parece que me vienen a decir: ‘¿Qué es lo que has hecho en todo este tiempo?”. Las casi 300 obras que ya pueden ser visitadas en Bilbao son una buena muestra de sus inicios, su desarrollo como artista y su filosofía.
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