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El arte y la vida de Victoria de los Ángeles

El Teatro de La Zarzuela homenajea hoy a la mítica cantante en un documental en la que la recoge interpretando temas de Falla, Wagner, Mahler o Brahms

Victoria de los Ángeles.
Victoria de los Ángeles.

Con motivo de la presentación en Madrid del documental Brava Victoria, dirigido por María Gorgues, el teatro de la Zarzuela acoge esta tarde un homenaje a Victoria de los Ángeles, cuya recaudación se destina a fines humanitarios de la Fundación que lleva el nombre de la legendaria cantante. El tenor Celso Albelo, acompañado al piano por Juan Francisco Parra, interpretará canciones de Mompou o Ginastera al lado de melodías tan populares como la Jota de El Trust de los tenorios, la romanza de zarzuela Por el humo se sabe…, o el aria de ópera Ah, mes amis,siempre celebrada por su exhibición de sobreagudos.

El mediometraje sobre Victoria es una joyita, y no solamente por la recuperación de materiales inéditos encontrados en bobinas de 16 mm., rodados muchos de ellos por la soprano, con fotografías de los lugares que recorría, especialmente en sus giras estadounidenses, y con fragmentos de sus impresiones. El documental permite el reencuentro con el arte incomparable de la cantante, a la que se escucha en temas de Falla, Wagner, Mahler, Brahms, Rossini, Bizet, Palomino, Giménez, Puccini o Verdi, entre otros. Escuchar a Victoria produce un sentimiento similar al abrazo de un ser querido, como comentó un día Helena Mora, presidenta de la Fundación. Tenía razón. La espiritualidad, la naturalidad, la musicalidad de Victoria son un regalo de valor infinito para los amantes del canto profundo y, a la vez, sin artificios, con los valores humanistas continuamente a flor de piel.

Es curioso. Consciente o inconscientemente, Victoria de los Ángeles siempre ha tenido la virtud de conciliar temperamentos opuestos. Ponía de acuerdo a Teresa Berganza y Montserrat Caballé, a tenores como Alfredo Kraus y Plácido Domingo, a críticos musicales como Antonio Fernández-Cid y Enrique Franco, a sicoanalistas como Carlos Castilla del Pino y Octavio Aceves. Podrían estar en desacuerdo en casi todo, pero les unía la admiración absoluta por Victoria. La expresividad de la cantante hacía milagros.

Abunda el documental en detalles personales enternecedores. La relación con su padre, por ejemplo, cuando le recordaba a Victoria: “de tu madre habrás heredado la habilidad para cantar pero a mí me debes la pillería y la granujería mental”. También hay momentos tristes, desde la dura vida familiar hasta el desencuentro de un cuarto de siglo con el Liceo de Barcelona. Pero lo fundamental es que todo respira espontaneidad, cercanía. Los testimonios añadidos añaden detalles muy útiles para conocer más en profundidad los avatares de la gran artista.

Victoria de los Ángeles se retiró de su actividad operística en 1980 precisamente en el teatro de La Zarzuela, con una inolvidable interpretación de Péllèas et Mélisande, de Debussy. El regreso al mismo escenario potencia la componente emocional y vuelve a poner en primer plano valores estéticos y éticos olvidados con demasiada frecuencia.

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