Maneras de perder
Hay maldiciones que no tienen que ver con velas negras, males de ojo, horóscopos asesinos, malos farios o demás farándula del fatalismo. Las pupas del Atlético no estaban en la conjunción astral de los planetas, ni la moral del Alcoyano tenía que ver con una testosterona desproporcionada, incólume a las goleadas. Los finales rojiblancos de los últimos años, en demasiados partidos, no tienen que ver con la bruja Lola ni con el ranking de los signos del zodiaco. Tiene más que ver con algo indescriptible, una especie de gran explosión que cuando aturde al equipo le lleva al precipicio y ya al borde, se desparrama.
El caso de Ander Herrera fue dramático. Pocas veces un futbolista tiene tanto que ver en la victoria como en la derrota. Desde que Herrera está en el equipo, el Athletic es otro: tiene agilidad, versqatrilidad, Muniain es mejor, más pizpireto —como aquel que era— y a Aduriz, el hombre clave, le llegan más balones que nunca. Herrera, estando, fue pieza clave de la victoria momentánea del Athletic, con dos goles dle exvalencianista, el primero sutil, el segundo de listo. Pero la desgracia estaba en el arrebato —algo impropio cuando vas ganando un partido con el que quizás no contabas por razones históricas.
Su niñería, atizando una patada sin balón a un contrario, se entiende en la derrota, en el desánimo personal o colectivo, en la amalgama de frustraciones que puede acarrear un partido. Pero ganando, en una jugada intrascendente en el centro del campo, y con todo el futuro por delante, la acción de Herrera no solo dejó a su equipo con 10 futbolistas, sino que les transmitió una sensación de orfandad inconmensurable. Ya fue otro Athletic, el Athletic autoconvencido de que le esperaba un calvario, con el aire numantino de las defensas asustadas y precisamente lo que peor hace, hasta el momento, el equipo de Bielsa es defender. Tan vocacional es para el ataque que la defensa queda siempre en segundo plano. Los dos goles encajados en un brevísimo espacio de tiempo desacreditan lo que había sido un buen partido, un partido razonable con un “nueve” de verdad, Aduriz, que supo ser killer y señor al mismo tiempo. Nada debe ser más gratificante que cascarle dos goles a tu exequipo y que el público te aplauda cuando te retiras a los vestuarios. Hay cosas que valen dinero y cosas que no se miden con dinero. Aduriz supo lo que significaba lo segundo.
Fiel a los vídeos, como es su obligación, Bielsa deberá repasar con su muchachada el gol de la derrota: un tipo que remata a placer entre las dos áreas, de cabeza y a balón parado. Solo los malos defensas o los equipos asustados se guarecen del miedo defendido lo más atrás posible. No es horóscopo, es miedo.
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