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Muere el rey del jazz que regalaba su talento en Callao

El saxofonista estadounidense Malik Yaqub falleció el martes de un enfisema

Malik Yaqub, en la boca del metro de Callao, donde solía tocar.
Malik Yaqub, en la boca del metro de Callao, donde solía tocar.ERNESTO RELAÑO

Era uno más entre el ejército de sombras anónimas que patrulla las aceras de la gran ciudad. Malik Yaqub (Mack Spears, en su partida de nacimiento), acechaba saxo en ristre a los miles que cada día pasaban por delante de él en la plaza de Callao sin reparar en su presencia. Pero hubo un tiempo en que los medios especializados glosaron su talento como saxofonista de jazz, un don que hasta hace nada ofrecía en la calle a cambio de la voluntad.

Malik estaba ahí porque le daba la real gana, o eso decía, y no porque le hubieran faltado las ocasiones para vivir otra vida: “Puedo decir que, por la época en que tenía 19 años, era el mejor”. Hasta que una Magnum 357 se cruzó en su camino y, tras ella, una exultante reina de la belleza afroamericana dispuesta a todo: “Aquello me hizo ver que yo no podía vivir en un país tan violento”.

Atrás quedaba una carrera promisoria que le había llevado de su Kansas City natal a San Francisco y a contar con un círculo de seguidores entre los que se encontraban, decía, John Coltrane y Miles Davis. Siguiendo el consejo de este último, en el año 1956 viajó a Nueva York. Muy pronto, el recién llegado conoció lo mejor y lo peor del negocio: a los grandes músicos que se disputaban sus servicios —Bud Powell, Jackie McLean…— y las sustancias no muy recomendables que usaban estos mismos para ponerse a tono. También a Elijah Muhammad, el líder de la Nación del Islam.

La guerra de Vietnam le obligó a elegir entre las armas o la cárcel. Eligió lo segundo. En 1958, el mejor rookie jazzístico de su generación dio con sus huesos en el presidio de Sandstone, cerca de la frontera con Canadá: “La llamaban ‘la prisión de la que jamás nadie se ha escapado’; pero, ¡cómo iba nadie a querer escapar, si fuera no había más que osos y un frío espantoso!”.

El saxofonista permaneció entre rejas tres años que aprovechó para tomar clases de árabe clásico con un compañero de celda y componer una big band de jazz junto a otros reclusos: “había mucha gente famosa en chirona, tipos que habían tocado en las orquestas de Gene Ammons, Hampton Hawes y Sonny Stitt… Entre todos, formamos una banda de la que fui director y arreglista. Y éramos buenos. Todos los fines de semana venía una multitud a escucharnos desde la calle”.

Recuperada su libertad, el espigado bopper aprovechó sus conocimientos de lengua árabe para obtener una beca de estudios en Egipto. Malik se vio a sí mismo convertido en una celebridad local: “La familia del presidente Nasser solía venir a escucharme a la Universidad Americana de Alejandría”.

La estancia de Malik en Egipto tocó a su fin en febrero de 1967, cuando fue advertido por Elijah Muhammad acerca del inminente estallido de un conflicto bélico entre el país árabe e Israel. El saxofonista hizo sus maletas y escapó en dirección a Sudán, primero, y Etiopía, después: “En Addis Abeba tocaba en el hotel Rasta, que era uno de los ocho que poseía su majestad imperial Haile Selassie”. A resultas de sus apariciones en dicho local, el rey de reyes tuvo a bien otorgar al saxofonista el título de “rey del jazz”; “un honor”, aclaraba, “que solo yo poseo”.

Finalizada la aventura africana, Malik entró en un periodo convulso: volvió a su país y a la cárcel, puso en marcha su propia compañía discográfica —House of Yaqub— y enganchó estancias en diversos países de América y Europa. Desde el año 1988 residía en nuestro país. “Toco en la calle porque es el único lugar donde no tengo que soportar a los dueños de los clubes que quieren pagarme lo mismo que cuando la guerra del Golfo”, solía decir.

En septiembre de 1989, fue ingresado en el Centro de Internamiento de Extranjeros de Moratalaz a la espera de que le fuera aplicado el artículo 26 de la Ley de Extranjería. Finalmente, y gracias a la presión ejercida por, entre otros medios, EL PAÍS, la orden de expulsión fue revocada. Desde entonces, Malik parecía haber llegado a una especie de ten-con-ten con los agentes de la autoridad: “Lo peor son los vecinos. Una vez me denunció una señora porque su perro acostumbraba a mearse justo donde yo tocaba y ese era el problema: que no podía mear en otro sitio”.

Cada anochecer, Malik recogía pausadamente su inmaculado saxofón y la sillita plegable y emprendía el camino de regreso a la pensión del centro de Madrid donde residía. Con motivo de su 75º aniversario se le rindió un último homenaje en la Sala Clamores. Nunca más volvería a vérsele en público. El saxofonista falleció el pasado martes en el hospital de San Rafael a consecuencia de un enfisema pulmonar.

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