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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Los contratiempos de Isabel

Lo que ocurre tiene que ver con la miopía con que han tratado PP y PSOE el contencioso entre Cataluña y España

J. Ernesto Ayala-Dip

Hará unos 10 años, viajé a Castilla-La Mancha con mi mujer y mi hijo para hacer la ruta del Quijote. Paramos en Almagro. Nuestro hotel estaba muy cerca de su hermosa plaza Mayor. Hasta allí, durante seis días consecutivos, nos desplazábamos para desayunar. Desde el primer día nos atendió la misma camarera, una chica muy desenvuelta y con una sonrisa siempre dibujada en los labios. Al segundo día ya se sabía al dedillo los componentes de nuestro desayuno. Era llegar hasta la mesa y ver a esa muchacha celebrarnos con un: “¿Lo mismo de ayer”? Pues sí, lo mismo de ayer: y al instante estaban las tostadas, el café bien negro y el tazón de un humeante chocolate. (Con mi mujer nos mirábamos como si nos dijéramos uno al otro: ¿cuánto tiempo tienes que ir al mismo bar en Barcelona para que el camarero se sepa de carrerilla tu desayuno? ¿Un año, dos?)

Así fue toda la semana. El último día, le dijimos que ya nos volvíamos a casa. Fue entonces cuando nos preguntó de dónde éramos. Le contestamos que de Barcelona. “Ah, claro, ya me parecía que erais catalanes. Los catalanes siempre habláis vuestra lengua. Pero si no estáis en Cataluña, ¿por qué la seguís hablando?”. Isabel, que así nos dijo que se llamaba cuando se lo preguntamos, hizo la pregunta y se quedó como descansada, liberada de una larga fatiga, como si hubiera estado rumiando la pregunta durante los seis días que duró nuestra estadía en Almagro, dudando si hacerla o no.

El hecho de que mi mujer y mi hijo hablaran entre ellos en catalán nada más y nada menos que en el corazón de su ciudad, no entraba en sus cálculos lingüísticos. Nadie, en 30 años de democracia en la España de las autonomías, le había explicado que en su país se hablaban algunas lenguas más aparte del castellano. Era evidente que a Alicia le extrañaba (o tal vez, sin que ella fuera consciente de ello, le molestaba) que dos personas que saben castellano, se comuniquen entre sí en una lengua que solo es pertinente escuchar en su área natural.

Algo descolocados al principio, solo atinamos a despedirnos de ella con un apretón de manos y a desearle suerte. Pesó más la gratitud que le debíamos por atendernos con tanta amabilidad (incluso con afecto, nos pareció por momentos) que no consideramos oportuno ni elegante ponernos a hacer pedagogía. Toda esa pedagogía que los sucesivos Gobiernos del PSOE y el PP tuvieron la obligación constitucional de poner en práctica acerca no solo de las lenguas de España, sino de las naciones (o nacionalidades, en la ortodoxia constitucionalista) que la componen.

¿Por qué cuento esta historia que ya me gustaría que fuera inventada? ¿Tiene algo que ver con la euforia preconstituyente que nos rodea? ¿Algo que ver con la independencia de Cataluña o el federalismo? Mi historia tiene mucho que ver con la situación a la que se ha llegado. Tiene que ver con la miopía (y más de las veces con la alevosía electoralista) con que han tratado los dos grandes partidos españoles este largo y agotador contencioso entre Cataluña y su encaje con el resto de España. El Estado de las autonomías hubiera sido suficiente para este encaje solo con que se hubiera informado a toda la población española de que forma parte de una realidad plurinacional (¿no fue esto de lo que habló Rodríguez Zapatero al comienzo de su primera legislatura?) y plurilingüe.

Ahora se ha abierto el melón de la independencia en Cataluña. Bienvenido sea si ello sirve para abrir un verdadero debate sobre la mejor configuración del Estado para su óptima articulación o incluso su horizonte de soberanía. Un debate fructífero y no solo cortinas de humo diseñadas (o servirse de él) para tapar los salvajes recortes que se han operado probablemente de forma irreversible sobre la sociedad del bienestar.

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No sé que será de la vida de Isabel. Pero cuánto me gustaría que llegue el día en que oír hablar catalán (o gallego o euskera o bable) no le suponga nunca más un grave contratiempo para su condición de ciudadana española.

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