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Lo que cabía esperar

La artista Jennifer López pone a bailar a un entregado Palacio de Deportes que roza el lleno

Jennifer López durante su actuación en el Palacio de Deportes.
Jennifer López durante su actuación en el Palacio de Deportes. CRISTÓBAL MANUEL

Ocho fornidos bailarines con chaqué. Una inmensa tela con las iniciales J.Lo. Dos chicas muy danzarinas con pelucas rubias de Cleopatra. Una gran escalinata central. Cañones de fuegos artificiales que se accionan hasta tres veces durante el tema inaugural, Get right. Nubes de humo que caracolean por el escenario. No asistimos a la grabación de ningún anuncio navideño de champán, sino, parece, a un concierto. Tardamos en averiguarlo porque los músicos están orillados, casi escondidos, en los laterales. Y porque a la protagonista solo la vemos en vídeo hasta que emerge por una plataforma elevadora.

El muy colorista (pero arquetípico) espectáculo de Jennifer López rozó anoche el lleno en el Palacio de los Deportes para ofrecer exactamente lo que cabía esperar: mucho bailoteo (On the floor fue un delirio), vestuarios despampanantes, grandes juegos de luces y música poco relevante. La mujer más hermosa del planeta, según People, aportó argumentos para tal nombramiento con un mono de pedrería y transparencias que dejaba exiguo margen para la imaginación.

Su cuerpo de baile lucirá luego el ídem en un cuadrilátero de boxeo. Hay muchas horas de gimnasio entre esas cuerdas. No tantas, en cambio, con el profesor de canto. La diva no controla bien la afinación ni el torrente de voz, que a veces deriva en grito. Y menos mal que sus dos coristas la salvan de algunos apuros.

“Mi español no está muy bueno”, admitió en su primer baño de multitudes (“¡esa Jenny, esa Jenny, eh!”), antes de emular a Madonna en Waiting for tonight, exaltar los ritmos urbanos en I'm real o presumir de nuevo novio, el muy potable Casper Smart, con el vídeo de Baby, I love you. Lo más digno, la versión acústica de If you had my love y el desmadre tropical y plumífero con Let's get loud. Lo malo era eso: que hubo mucha más pluma (y confeti) que nueces.

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