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Han secuestrado la Constitución

En ‘Los conserjes de San Felipe’ no acaban de encontrarse el texto de Alonso de Santos y la dirección de Hernán Gené

Javier Vallejo
Un momento de la función Los conserjes de San Felipe.
Un momento de la función Los conserjes de San Felipe.

En esta obra conmemorativa de la Constitución de 1812, el lugar de la acción podría haber sido la platea y el escenario del Teatro Cómico de la Real Isla del León (hoy Teatro de las Cortes de San Fernando), en Cádiz, último bastión de la España ocupada por las tropas napoleónicas ¿Qué más teatral que ver a nuestros diputados de entonces debatiendo asuntos cruciales en un escenario que figurase ser aquél donde durante cinco meses montaron un parlamento de urgencia? Allí comenzó a gestarse el fin de la sociedad estamental y del absolutismo. Asediada la Isla del León por los franceses, las Cortes hubieron de trasladarse a la Iglesia de San Felipe Neri, en la Tacita de Plata.

LOS CONSERJES DE SAN FELIPE

Autor: José Luis Alonso de Santos. Intérpretes: Esther Acevedo, Juan Ceacero, Genoveva Santiago, Rebeca Valls, Miguel Ángel Jiménez… Dirección. Hernán Gené. Teatro Español. Hasta el 14 de octubre.

José Luis Alonso de Santos, fiel a su costumbre de hablar de las clases populares como protagonistas olvidadas de la Historia, utiliza la promulgación de La Pepa como telón de fondo de las peripecias de un grupo de conserjes y de limpiadoras que se ocupan de rescatarla de manos gabachas para reponerla en el lugar de donde fue sustraída. Los conserjes de San Felipe es un sainete punteado con coplas y chirigotas de sabor gaditano (tragicomedia de carnaval lo denomina su autor, por encuadrarlo en un género más prestigiado), en el que se acumulan situaciones cómicas y chistes de todas las calidades.

Para sacarle su jugo, que lo tiene a ratos, hubiera requerido de una dirección curtida en el género y del concurso de actores con muchos años de experiencia en el arte de colocar la gracia con el tono justo, de medir el tempo cómico y de convertir los chistes de Arévalo en hallazgos hilarantes. Los jóvenes actores del Laboratorio Rivas Cherif hubieran lucido más en un texto estructurado con mayor nervio dramático o bien en uno más experimental. La dirección de Hernán Gené, cuyo talento quedó sobradamente probado en Sobre Horacios y Curiacios (premiadísimo cabaré de clowns brechtiano que montó en La Abadía), no ha conseguido concertar el estilo de su puesta en escena con el de la obra, sobre la que se permite ironizar cuando hace sacar a un actor un gran cartel donde, durante una parrafada clave (“esa igualdad suya no me vale”, le dice El Salinero a un diputado), se puede leer: “Mensaje del autor”.

Gené utiliza o se ve obligado a utilizar un catálogo demasiado amplio de disciplinas escénicas (desde el clown a la pantomima, pasando por el retablo de títeres y los muñecos de gran tamaño para encarnar a, metáfora obvia, reyes y diputados) que quizá con un desempeño más diestro parecerían venir más a propósito. Un ejemplo: la entrada desgalichada de los conserjes y de los sobradamente caricaturizados Voluntarios de Cádiz en la taberna está más cerca de las de los payasos de la tele que de las de los clowns trágicos de La Zaranda. También hay hallazgos, como el de las balas que los propios actores llevan de trinchera a trinchera entre índice y pulgar. Belén de Santiago arranca unos aplausos merecidos colocando con gracia y exactitud un chiste populista sobre la felicidad de la nación, que debería de ser el objetivo del Gobierno, según la Constitución, y Carlos Martos y Rebeca Valls componen una vivaz pareja de enamorados.

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Sobre la firma

Javier Vallejo
Crítico teatral de EL PAÍS. Escribió sobre artes escénicas en Tentaciones y EP3. Antes fue redactor de 'El Independiente' y 'El Público', donde ejerció la crítica teatral. Es licenciado en Psicología, en Interpretación por la RESAD y premio Paco Rabal de Periodismo Cultural. Ha comisariado para La Casa Encendida el ciclo ‘Mujeres a Pie de Guerra’.

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