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Acogida en el MoMA, al borde del desahucio en Lavapiés

La casa de Candela conquistó Manhattan como instalación artística arquitectónica. Ahora se enfrenta al desalojo

Patricia Ortega Dolz
Candela Logrosán, llorosa, en la manifestación celebrada el miércoles en la plaza de Lavapiés para protestar por su inminente desahucio.
Candela Logrosán, llorosa, en la manifestación celebrada el miércoles en la plaza de Lavapiés para protestar por su inminente desahucio. KIKE PARA

El arte tiene razones que las leyes no entienden. Y, por eso, mientras el MoMA, el Museo de Arte Moderno de Nueva York, se llevó a Candela Logrosán y los 70 metros de su casa de protección oficial como parte de una instalación arquitectónica que puede verse desde la semana pasada en el centro de la Gran Manzana, la Empresa Municipal de la Vivienda (EMVS) está a punto de desahuciarla por impago de alquiler. Y lo que es arte en Manhattan, es delito en Lavapiés. Y donde Andrés Jaque, el arquitecto-autor de la pieza, vio un elemento clave del confort social y exploró artísticamente la dimensión política de la arquitectura con un proyecto-performance llamado IKEA Disobedients, el organismo público madrileño localizó informáticamente un “incumplimiento de pago de alquiler” e interpuso un requerimiento de 18.995,25 euros de acuerdo “con lo dispuesto en el artículo 22.4 de la Ley de Enjuiciamiento Civil”.

Candela, una de las grandes almas del barrio multicolor por excelencia de Madrid, no tenía ese dinero ayer, cuando cumplía el plazo para pagar, ni lo va a tener mañana.

Esta señora, con 54 años intensamente vividos, que se dejó las rodillas limpiando escaleras y ahora aprende a andar con sus prótesis por nuevas estrecheces, ha convertido su casa en centro de peregrinación. Aparte de tener acogidos a hijos, ahijados, nietos y postizos, si puede y encarta, da de comer a los senegaleses de la plaza, a los perroflautas que hacen malabares o al camello de la esquina. Y le lava la ropa a un vecino viudo, y enjuga las lágrimas de las escaseces de sus vecinas.

“Que yo no como de filetes”, le decía el miércoles a la secretaria de la sede de la EMVS en Embajadores, adonde llegó acompañada de manifestantes que apoyaban su casa. “Que yo voy a la iglesia a que me llenen el carro con los paquetes de arroz y macarrones porque con los 400 euros de mi incapacidad, el paro de mi hijo y el sueldo de mi hija, no nos da pa más. Si quiere quíteme del banco dos recibos cada mes, pero déjeme lo justo para el abono transporte, para que pueda ir a trabajar”.

La casa de Candela, en la calle Mesón de Paredes, en el corazón de Lavapiés, la obtuvo en régimen de alquiler especial (113 euros al mes que hoy son 138) en 1990, según consta en el informe de la empresa pública. Entonces vivía con el padre de sus hijos. Luego la vida se revolvió y se quedó sola. Tiró para adelante con sus tres hijos, como pudo. Desde entonces, está entrenada en la supervivencia, pero no tiene la menor idea de burocracia. Y le suena a chino eso de que la ignorancia no exime de la responsabilidad. Así que muchas veces no pagó. “Siempre había otras cosas más urgentes”, dice. “Se le ha pedido que aporte la documentación para revisar su caso de nuevo, pero hay otras familias que sí pagan y otras a la espera de una vivienda”, explican en la EMVS.

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“La calidad de vida de Madrid depende de gente como Candela”, comenta Jaque al enterarse del asunto. “Si desaparece la gente de toda la vida se perderá una parte del capital urbano y vital de la ciudad”, añade. “Es esencial que los arquitectos expliquemos que sin una coordinación eficaz entre asistencia social y urbanismo, el centro quedará a expensas de la especulación y condenará a la periferia a la población más débil. Esto nos perjudica a todos: acelera en cinco años de media el ingreso de mayores en centros geriátricos, multiplica el gasto público y empobrece la calidad de vida de la población general”, concluye quien basó su proyecto artístico en la oposición de dos ideas: la aislante y aséptica “república independiente de tu casa” de Ikea frente a la vida doméstica proyectada hacia el espacio público generadora de tejido social. Al final, lo de siempre: individualismo frente a cooperativismo. Y la diferencia: Candela ahora se enfrenta a la ley, pero no está sola.

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Sobre la firma

Patricia Ortega Dolz
Es reportera de EL PAÍS desde 2001, especializada en Interior (Seguridad, Sucesos y Terrorismo). Ha desarrollado su carrera en este diario en distintas secciones: Local, Nacional, Domingo, o Revista, cultivando principalmente el género del Reportaje, ahora también audiovisual. Ha vivido en Nueva York y Shanghai y es autora de "Madrid en 20 vinos".

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