Cartografía del árbol monumental
Un itinerario inspirado en el ficus del Parterre de Valencia o en los olivos milenarios de El Maestrat
"¿Que cuánto vale un olivo milenario? Lo mismo que Las Meninas de Velázquez. Incalculable”. El botánico Bernabé Moya defiende con firmeza el valor de los fícus, las sabinas o las palmeras centenarias en el paisaje de la Comunidad, donde se erigen más de 530 árboles monumentales: ejemplares históricos, singulares, con más de 350 años de edad y 30 metros de altura. Las Cortes aprobaron en 2006 la primera ley de España para proteger esta porción del patrimonio natural. La norma sanciona con hasta 500.000 euros la tala o trasplante de especies protegidas. Sin embargo, durante su vigencia, no se ha impuesto ninguna multa.
Pistas
Para llegar. Descubrir el palmeral de Elche es tan sencillo como recalar en la ciudad. Una parte de la masa compacta verde de este jardín se erige en la población ilicitana. La vía más rápida para llegar a Elche desde Valencia pasa por la autopista AP-7 en dirección Alicante. Para adentrarse en los secretos de los olivos milenarios, el visitante puede desplazarse hasta Sant Mateu. Tras llegar a Castellón por la A-7 (salida 47, Castellón Sur) se debe coger la dirección Benicàssim hasta la salida hacia la CV-10 dirección Borriol-Pobla Tornesa, y continuar por esta vía hasta ver la población.
Para comer. Como el aceite de los olivos milenarios de El Maestrat, los platos del Restaurante Hospedería La Mare de Deu dels Àngels, en la Érmita de Sant Mateu, ofrecen consistencia al paladar. Gastronomía que invita a echarse una siesta por su potencia. Cochinillo al horno, ternasco, ternera guisada con trufa y setas, y un regalo para los sentidos: el solomillo de cerdo relleno de paté artesano. Su encargado, Josep Mateu, recomienda la autóctona olleta. Tiene un menú para quedarse saciado por 21 euros y el teléfono para reservas es el 626525219.
Para leer. El historiador Ibn Said ya recomendaba los dátiles ilicitanos hace más de 20 siglos. "No hay en Al-Andalus dátiles tan buenos como en Elche", presumía en Al Mugrib fi hula l-magrib. Los dulces frutos también merecieron menciones expresas en las obras del botánico Antoni Josep Cavanilles o el escritor Teodoro Llorente. Sin embargo, fue el autor de Nosaltres els valencians, Joan Fuster quien ensalzó con más vehemencia la figura del exótico árbol y su influencia social.
Como los enólogos o los buscadores de setas, los amantes de los árboles trazan rutas por el bosque y las ciudades para reconstruir la historia a través de imponentes troncos y copas milenarias. En la propuesta de Moya hay palmeras imperiales, fícus majestuosos y especies que resistieron incólumes al maltrato o la especulación urbanística. Así es su itinerario.
Ficus del Parterre (Valencia): Aunque se difumina entre los viandantes, su colosal tronco de once metros y medio de perímetro, el más grande de la Comunidad, ha tomado el pulso desde 1852 al corazón de la capital. Nació decenas de años antes y fue importado a Valencia por horticultores que recorrieron el norte de Europa. Desde su copa de 23 metros se divisan manifestaciones, concentraciones y las carreras para esquivar a la prensa del contiguo Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad Valenciana (TSJCV). El fícus de hoja de magnolia, una especie de higuera originaria de Australia, es una planta de los bosques subtropicales que cubre una superficie de sombra en la plaza de 1.000 metros. Junto a un ejemplar de Sicilia, pasa por ser el más antiguo de Europa.
Palmera datilera imperial (Elche): El cargo no es gratuito. Se lo puso la emperatriz de Austria, Sissi, (1837-1898), que visitó el palmeral ilicitano en 1884, recuerda Moya. El exotismo de este conjunto de más de 500 hectáreas y 200.000 ejemplares se ha transmutado en un símbolo. El cultivo de palmeras se remonta a Oriente Medio. Y sus referencias, a los orígenes de la agricultura. Plinio el Viejo, en el siglo I, ya mencionaba su existencia. Sin embargo, fueron los árabes (s.VIII) quienes lo difundieron. El palmeral urbano se extiende por una masa compacta que recuerda al pasado islámico de la ciudad. Esboza un jardín monocolor que no olvida su utilidad. Se plantó para mejorar el aprovechamiento del agua y permitir la agricultura intensiva en zona desértica. Su monumentalidad tiene un enemigo, el picudo rojo, un insecto originario de Indochina que recaló en la Comunidad en 1993 al calor del boom urbanístico. Botánicos de todo el mundo se reúnen sin éxito desde 1998 para luchar contra este letal bicho.
‘La Lloca’ de Canals: Ampara bajo su majestuosa copa a niños y ancianos. Proyecta sombra, compañía y serenidad. Y ha protegido del viento a generaciones enteras. A cambio, se muestra generosa y apenas necesita cuidados. Se poda cada quince años. Robusto. Es un plátano de sombra, cuyo nombre responde a las gallinas cluecas, y fue plantado el Día del Árbol de 1914 por los vecinos. Su existencia merece una mención en la obra del poeta valenciano Vicent Andrés Estellés. Y forma parte de los primeros inventarios arbóreos de la Comunidad.
Olivos de El Maestrat: Se imbrica en paisaje de poblaciones castellonenses como Sant Mateu y Traiguera. Es el árbol generoso y longevo (3.000 años). Su exquisito aceite, debidamente comercializado, se paga hasta 60 euros el litro. Y sus prominentes troncos permitieron en el pasado subsistir con humildad a decenas de generaciones. Sin embargo, la crisis del campo facilitó hace una década la comercialización para decoración. Se extraían de la tierra, como si de una muela se tratase. La operación casi nunca salía bien. "Se comerció con obras de arte de la naturaleza", dice Moya.
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