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OPINIÓN

Adelanto electoral

Algún partido como IU puede lograr escaños, pero los pilares de la alternativa son PSdeG y BNG

Imagínense ustedes lo que se nos viene encima a finales del próximo otoño para que Feijóo se haya decidido a adelantar los comicios gallegos al 21-O, renunciando a una reforma de la ley electoral que le hubiese garantizado la mayoría absoluta. Porque es indiscutible que la decisión del presidente de la Xunta responde a la necesidad de evitar el devastador desgaste que le producirían las medidas que tiene previsto impulsar Rajoy (con o sin rescate) en los próximos meses. Una vez más el PP, como acertadamente recordaba anteayer Rubalcaba, presentará su verdadero programa después de que los ciudadanos hayan votado. Así lo hizo en las elecciones generales y andaluzas, y pretende repetir el fraude en Galicia y en el País Vasco. Por otra parte, esta decisión de Feijóo implica que durante los próximos dos años no habrá consultas electorales en España, lo que, objetivamente, facilitará que el Gobierno pueda tomar medidas todavía más drásticas e impopulares sin que tales medidas puedan producir efecto en las urnas.

Pero aun siendo estas las causas que aconsejaron a Feijóo —y a Rajoy— el adelanto electoral, su decisión tiene además efectos colaterales importantes. El primero, que la iniciativa del presidente de la Xunta impide que el PSdeG pueda celebrar elecciones primarias. De hecho, Feijóo elige al candidato socialista al que quiere enfrentarse, aunque en este asunto no cabe hacerle ningún reproche, pues el Partido Socialista, si hubiese querido, dispuso de tiempo suficiente para elegir a un aspirante a la presidencia de la Xunta distinto a Pachi Vázquez. Finalmente, el adelanto electoral impedirá que otras fuerzas políticas (de izquierda y derecha) dispongan del tiempo suficiente para concretar su oferta electoral en las mejores condiciones.

Pero a pesar de todas estas maniobras, Feijóo no tiene asegurada la victoria. Y no la tiene porque, además del fuerte desgaste sufrido por el PP a lo largo de los últimos meses, el presidente de la Xunta no puede presentar un mínimo balance de Gobierno y, por tanto, carece de credibilidad para proponer ningún proyecto de futuro. En efecto, durante la legislatura, Feijóo no ha sido capaz de diseñar un proyecto económico que merezca tal nombre y ha renunciado a utilizar las competencias e instrumentos de que disponía para afrontar la crisis. El principal problema del país, el paro, como justamente denunciaba Feijóo cuando era oposición, ha desaparecido de su agenda desde que llegó al Gobierno. El resultado de todo ello es incuestionable y desolador: en las principales variables (crecimiento económico, generación de empleo y equilibrio de las cuentas públicas), Galicia se encuentra entre las comunidades autónomas con peores resultados. Añadan ustedes a todo ello la estrategia seguida respecto a los servicios públicos esenciales, consistente en el recorte del gasto y la tendencia a la privatización o que los proyectos estrella de la Xunta (plan eólico declarado ilegal por el Tribunal Superior de Xusticia, el plan de acuicultura o la creación de un sistema financiero gallego) se han saldado con un rotundo fracaso y podrán concluir, prescindiendo de prejuicios políticos o ideológicos, que la Xunta no ha cumplido con sus responsabilidades y que Galicia ha carecido de un verdadero Gobierno.

Pese a todo lo dicho, que el PP pierda la mayoría absoluta depende también de lo que haga la oposición. Con independencia de que algún otro partido —especialmente IU— pueda obtener una mínima representación parlamentaria, los dos pilares en los que se asienta una alternativa al PP siguen siendo el PSdeG y el Bloque. A ellos corresponde presentar un proyecto coherente y realizable, aunque radicalmente diferente al conservador, y garantizar la estabilidad de un Gobierno alternativo.

Es cierto que en campaña cada formación política reafirma su identidad, realza sus supuestas virtudes, destaca sus ventajas comparativas y todo aquello que le distingue de sus competidores. En campaña electoral no existen amigos, solo contrincantes a batir. Atrapados en esa vorágine, los candidatos pronuncian discursos en los que abundan los exabruptos, las hipérboles y todo tipo de excesos que los ciudadanos reciben con inteligente escepticismo. Pero todo tiene un límite, y la paciencia con que la ciudadanía soporta ese ritual suele transformarse en firme rechazo cuando alguien se pasa de la raya e insulta su inteligencia. Eso es algo que el PSdeG y el BNG, que legítimamente lucharán a brazo partido por espacios electorales entre los que existen potentes vasos comunicantes, no deberían olvidar, si quieren evitar que se difumine su alternativa de Gobierno y, en consecuencia, la utilidad del voto a sus respectivas formaciones políticas. Atentos, empieza la carrera.

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