¡Semos injustos y peligrosos!
“Hay que joderse”, suelo decir yo cuando no sé muy bien qué decir; “y agarrarse para no caerse”, me suele responder mi madre cuando sí sabe qué decir. Tiene la buena señora otros pareados, pero creo que ahora no vienen al caso. Son digamos que muy navarros, de la Ribera. Pero sí, hay que joderse con lo que está pasando, con la que está cayendo y por lo que falta por caer.
Viendo la web de este diario el pasado domingo, mientras España jugaba contra EE UU en baloncesto, me encuentro con dos noticias correlativas: la primera de una inmigrante que muestra su incertidumbre por su futuro médico en nuestro país, por ese afán recaudador que le ha entrado a nuestros registradores de la propiedad política —¿me siguen?—. Y debajo aparece una entrevista con Leopoldo Barreda, un histórico del PP vasco, anunciando que los ciudadanos, que somos tontos por naturaleza, nos daremos cuenta a medio plazo de que la mano al cuello de los ajustes es una mano amiga e iremos a darle al Gobierno besos, abrazos y no collejas, ni empellones electorales.
Es lo que tiene ser tonto, que no te das cuenta de que el dolor es maravilloso, que las penurias te dignifican; que cuando tú crees que te supura la herida, en realidad estás evacuando los líquidos tóxicos; que cuando te crees morir, en realidad estás resucitando; que cuando tienes hambre, mucha hambre, en realidad no sabes que estás haciendo dieta por el bien de tu cuerpo, de tu salud, de tu calidad de vida.
Claro, hay un pequeño fallo, pero que es accidental, no computable a la teoría general. Puede, ya digo que puede, que en el camino, en el trasiego, te mueras, como teme nuestra amiga la inmigrante por no ser atendida al no tener papeles. Lo malo no será que te mueras, que eso ya sabes que va a ocurrir tarde o temprano, sino que no podrás agradecerle al Gobierno sus desvelos y te tacharán de desagradecido, de maleducado. Lo malo será que tus deudos le echarán la culpa a los recortes en la sanidad pública, sin darse cuenta de que la vida y la muerte las decide Dios, dicen, que para eso está en casos de apuro, en casos en los que no sabes qué decir y no dices “¡Hay que joderse!”, que es lo que procede, porque queda feo.
Ciertamente, la distancia entre los políticos y la realidad resulta ya sideral. Ellos ven números, balances, cuentas de resultados, primas de riesgo, mientras la vida pasa a su lado entre calabacines, angustias y películas de Torrente. Pero no la ven pasar, ni la oyen, ni la sienten. Lo importante es que, ungidos por el aceite divino, se convencen de que un día las masas que ahora les amenazan con un manteo general vendrán a besarles los morros. Si es que para entonces siguen vivos, si es para entonces no han caído enfermos. Si es que para entonces no les ha matado la dieta. ¡Hay que joderse qué injustos y peligrosos semos!
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