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ESCENARIOS DEL CRIMEN
Crónica
Texto informativo con interpretación

El caso de las Pascualas

Tres hermanas de Sant Feliu de Guíxols se disputaron las atenciones del joven José

Vista de la calle de Sant Llorenç de Sant Feliu de Guíxols, donde apareció muerta Josefina Pascual.
Vista de la calle de Sant Llorenç de Sant Feliu de Guíxols, donde apareció muerta Josefina Pascual.MARCEL·LÍ SÁENZ

Tres eran tres las hijas de Elena, y ninguna era buena. Eso mismo debieron pensar los habitantes de Sant Feliu de Guíxols al conocer los detalles de uno de los crímenes que levantó mayor polvareda en la provincia de Girona durante los primeros compases del franquismo. Las hermanas Pascual eran cuatro en realidad; hijas de un constructor local a quien habían ido bien los negocios, y de un ama de casa abnegada y tradicional. Habían podido acceder a una buena cultura y la mayor de las cuatro, terminada la carrera, encontró trabajo en una universidad de los Estados Unidos y ya no regresó.

Las tres hermanas que se quedaron en el pueblo tenían temperamentos muy distintos. Teresa había estudiado idiomas, y daba clases de inglés y de francés a los hijos de la burguesía ampurdanesa. Jacinta la pequeña era todo lo contrario, una muchacha muy devota y tímida, que siempre estaba en misa. Y para completar el terceto estaba Josefina, de carácter rebelde e independiente, que pronto chocó con la autoridad paterna y se fugó a Barcelona, donde malvivía trabajando como cobradora del metro. Así había quedado la familia Pascual justo antes de estallar la Guerra Civil. Pero la contienda iba a cambiarlo todo.

El primer acto de este drama tiene lugar cuando la oveja negra regresa al redil familiar en 1936. La vuelta de Josefina solo sirvió para enrarecer el ambiente, pues sus otras dos hermanas le echaban frecuentemente en cara la vida —disoluta según ellas— que había llevado en la gran ciudad. La situación se complicó todavía más tras la aparición de un adolescente de 15 años, natural de Palamós y llamado José Roselló i Fornés. Éste era un aprendiz de comercio que deseaba dar clases de francés, y que se convirtió en el alumno preferido de Teresa. Según parece, en esos años el joven estableció una relación sentimental con Jacinta —por entonces una cuarentona a quien no se había conocido novio alguno—, provocando que las discusiones y las peleas entre las tres Pascual fuesen creciendo en intensidad.

Un buen día reclutan a José para luchar en la Quinta del Biberón, y el muchacho decide desertar y buscar asilo en el domicilio de sus amigas de Sant Feliu. Allí pasará escondido el resto de la guerra, rodeado de mujeres que dirimen una guerra diaria entre ellas. Eso incrementa los celos y las rencillas entre las hermanas, haciendo irrespirable el ambiente. Según contarán más tarde sus vecinos, los gritos eran constantes en aquella casa, haciendo prever un desenlace dramático. Quizás por eso, cuando el 1 de enero de 1940 el médico del pueblo se presenta en el número 22 de la calle de Sant Llorenç, los vecinos adivinan que algo terrible ha pasado. El facultativo encuentra a Josefina, de 56 años, tendida en el portal sobre un gran charco de sangre. Presenta la garganta seccionada con un objeto afilado de escaso tamaño y lleva muy poco tiempo muerta, el cuerpo aún está caliente. Dentro de la casa detienen a sus hermanas y a José, que según declara se ha desplazado desde Palamós para poder felicitarles el año nuevo. La policía les traslada a Girona, donde son recluidos en la cárcel provincial.

La ley avanza lentamente, y los implicados han de pasar tres largos años en prisión. Por fin, en diciembre de 1943 tiene lugar el juicio, que despierta una gran expectación en la prensa gerundense. Jacinta es la presidenta de la organización Acción Católica en Sant Feliu, y una persona muy apreciada en círculos eclesiásticos. Teresa tiene buenos contactos entre la burguesía local. Y José cuenta con buenos antecedentes por haberse negado a pelear en el ejército republicano. Inmediatamente sale a relucir la oscura relación del muchacho con las tres solteronas que le habían acogido en su casa. El tribunal recibe muchas cartas anónimas, donde se hacen especulaciones escabrosas. Nadie duda de su culpabilidad. El fiscal pide la pena de muerte para los tres, dando por sentado que el móvil del asesinato han sido los celos. Pero las influencias políticas y clericales de las Pascual consiguen lo que parecía imposible. En un juicio plagado de incidentes y con la sala abarrotada de curiosos, todos los imputados resultan absueltos.

Pero la justicia va más allá de la ley. Cuando Teresa y Jacinta regresan libres a Sant Feliu se encuentran con la hostilidad de sus vecinos, que hostigan a las sospechosas del crimen hasta obligarlas a cambiar de domicilio y —paradoja de las paradojas— acaban ambas en Barcelona como antes hiciera su difunta hermana, muriendo en la capital catalana en el más completo anonimato y compartiendo una soltería que ya nunca las abandonará.

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