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TRIBUNA | MARTIÑO NORIEGA

Camino del fascismo 2.0

Con la reforma del Parlamento, el voto de un ciudadano de Pontevedra o A Coruña valdría la mitad, en términos de representación, que el de uno de Ourense o Lugo

La reforma electoral explicitada por el presidente Alberto Núñez Feijóo no deja de ser el caballo de Troya de una nueva manera de ejercer la política en este país en el que prima el todo vale para mantenerse en el ejercicio del poder. La medida anunciada, tapando un recorte de las libertades democráticas en la demagógica justificación del ahorro económico, pretende perpetuar el gobierno del PP en Galiza, disminuyendo los diputados de 75 a 61 y aumentando la sobrerrepresentación de las provincias de Ourense y Lugo.

Para eso, Feijóo imputa la reducción de diputados a la parte variable proporcional a la población de cada provincia, manteniendo el número de diputados fijos por cada una de ellas (10). Con una proyección sobre el censo de 2009, si esta propuesta fuese aprobada en el Parlamento, como es voluntad del actual presidente, a Lugo le corresponderían 26.626 electores por cada uno de sus 13 escaños, a Ourense 29.622 por cada uno de sus 12 escaños, a A Coruña 56.386 por cada uno de sus 19 y a Pontevedra 51.405 por cada uno de sus 17. Hablando en plata para la gente: con esta reforma el voto de un ciudadano de Pontevedra o A Coruña valdría la mitad, en términos de representación, que el de uno de Ourense o Lugo. El presidente, en lugar de impulsar políticas activas para fijar población en estas dos provincias, compensa su incompetencia multiplicando el valor de los votos de los gallegos y gallegas que viven en ellas en detrimento de la ciudadanía de las provincias atlánticas.

Los miembros del Gobierno gallego y el propio presidente justifican hipócritamente la medida en el ahorro (equiparable a alguna de las campañas de publicidad institucional contratadas en los últimos meses) y en la voluntad de la ciudadanía que, según ellos, reclama medidas de austeridad a la clase política. Aquí el propio Feijóo y su Gobierno parecen entender y saber (como otros representantes públicos estilo Rosa Díez) lo que quiere la gente común. No tienen la misma sensibilidad cuando aplican los recortes sociolaborales o identitarios en nuestro ser colectivo. No tienen la misma sensibilidad cuando deciden que esta crisis sistémica sea pagada por aquellos que no la provocaron. Nada dicen tampoco de la falta de respeto que supone dividir la voluntad democrática de los gallegos en ciudadanos de primera y de segunda.

El ahorro debiera instalarse en la prioridad y no en coartadas baratas que recortan la ya asténica soberanía política de las naciones sin Estado. Con esta decisión, el presidente dificulta la entrada en el Parlamento de las fuerzas políticas no tradicionales (ya dificultada por la Ley Fraga del 5%), cambia las reglas del juego para mantener la posesión del balón en un encuentro que ya tenía perdido e indirectamente beneficia el mantenimiento en el reparto de roles existente con el resto de fuerzas políticas con representación (PSOE-BNG), a las cuales les envía un mensaje: os pongo más difícil la victoria pero, por lo menos, garantizo que continuéis en el partido.

¿Quién pierde con esta medida? La gente de este país. Nada dice Feijóo, cuando habla de ahorro, de la supresión de los privilegios de los cargos electos tras el abandono del cargo, de la necesidad de eliminar las diputaciones, de la importancia de regular en la Administración local, nacional y estatal las retribuciones de los representantes dependiendo de su responsabilidad en la gestión, de la prohibición de acumular cargos, de la necesaria limitación de mandatos en las responsabilidades institucionales. Nada dice de eso porque eso no les interesa. Él ya sabe lo que la gente quiere.

La medida propuesta no deja de ser un golpe de Estado encubierto, aplaudido por los palmeros en el Gobierno central, porque alimenta la hoja de ruta de aprovechar la crisis económica para reformular el modelo de Estado y acabar con la pluralidad de las naciones que desean decidir por ellas mismas. En ese camino hacia el modelo de partido único, al presidente lo único que le interesa es perpetuarse en el poder.

Más allá de la viabilidad de la medida, Feijóo gana con el debate abierto y pierde la democracia. Hace demagogia aprovechando el desgaste ante de la opinión pública de los representantes en las instituciones, tira otra cerilla ante de un mar de gasolina alentando la crispación social, obliga al resto de fuerzas políticas a entrar en un regateo de contramedidas de ahorro para evitar lo inevitable y desvía el foco de la opinión pública a otras cuestiones distanciadas del bombardeo diario de recortes y reformas que no descansan ni en agosto. Esta medida incide en el aumento de la sensación de orfandad de los gallegos y gallegas que ya tienen decidido no optar con su apoyo por fórmulas políticas tradicionales. A las fórmulas emergentes como Anova nos toca ahora ser capaces de abrir un proceso de debate en la sociedad que marque las lindes de lo que debe ser una respuesta de muchos ante la agresión sistemática a los más, a pesar de saber que jugamos en campo embarrado.

En este sentido, debemos entender que es necesario explotar en el espacio electoral la creación de un frente social nítido de izquierdas que convoque a todas las fuerzas del nacionalismo y que no descarte a priori a partidos de ámbito estatal que acepten en sus principios el derecho de autodeterminación de las naciones. En ese lugar de encuentro con un efecto multiplicador, puede haber una respuesta ciudadana a las agresiones recibidas y a todos aquellos que alimentan con sus decisiones una deriva social hacia el fascismo 2.0.

Martiño Noriega es alcalde de Teo y miembro de la dirección de Anova. El artículo fue escrito en gallego y traducido por el periódico.

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