Paco Morán: el apagón que encendió la luz
Antes de sus éxitos cómicos, el actor encarnaba a personajes torvos y atromentados
Hay incontables casos de actores cómicos que se convirtieron en trágicos, para ampliar registro o porque les cambió el humor, como el gran Pepe Orjas, que un día tremendo le dijo a Jardiel que no le escribiera más personajes de comedia porque “había perdido la gracia”. Lo que suele ser muy raro es lo contrario: el dramático que abraza plenamente la causa de la risa. Me temo que hay que tener una cierta edad para recordar que, en sus comienzos, Paco Morán (entonces Francisco) era un rostro sombrío, una voz grave (más que grave, de pronóstico reservado), un actor al que veíamos en televisión, en las mil novelas de la tarde y de la noche, en Estudio 1 o en Teatro de siempre, encarnando a personajes torvos, atormentados, malos malísimos o simplemente serios, serios de solemnidad: yo le recuerdo como forajido de spaghetti (o paella) wéstern, como asesino (cargándose a Pepe Orjas, por cierto) en El regreso, una de las más terroríficas entregas de Historias para no dormir, o en La boda, de Lucas Demare (fabada-western, pero impresionante, en mi memoria infantil). O interpretando grandes personajes, siempre en televisión, como el Don Álvaro de El alcalde de Zalamea o aquel triunfal Otelo de Juan Guerrero Zamora. O como (lo primero que le vi en teatro, en el Talia) el estirado consejero de La hora de la fantasía, de Anna Bonacci (que Wilder reconvirtió en Bésame, tonto), con la compañía de Irene Gutiérrez Caba: comedia sofisticada, alta comedia dramática, dirigida por José Luis Alonso.
Hasta que, contra todo pronóstico, Morán pasó de Francisco a Paco de la noche a la mañana con El apagón, de Peter Shaffer, un doble caso de olfato y détournement, que dirían los situacionistas. En 1968, Juanjo Menéndez compra los derechos de la comedia, que protagoniza y dirige en el Eslava. En el reparto están Nuria Carresi, entonces estrella televisiva, una jovencísima Marisa Paredes, y Paco Morán en el rol (cliché, más bien) del interiorista mariquita. La acogida es discreta. La crítica habla de “risa de baja calidad” (curioso, con la de vodeviles ínfimos que se estrenaban entonces) pero señala, en palabras del santón López Sancho, en ABC, que Morán “roba todas las escenas y acaba llevándose la función”.
Pese a permanecer tres meses en cartel, Juanjo Menéndez suspende la gira prevista y se desentiende de la obra. Picado por el virus de la comedia, Paco Morán protagoniza al año siguiente Eso del matrimonio (Plaza Suite, de Neil Simon), con Amparo Soler Leal, dirigidos por Jaime Azpilicueta, en el teatro Barcelona: tres episodios, tres personajes, éxito grande. Y es entonces cuando decide comprarle a Juanjo Menéndez la obra de Shaffer para explotarla con una nueva compañía.
Aquí comienza la leyenda: al decir de cómicos viejos, Morán hace completamente suya El apagón, y el personaje del interiorista se convierte en protagonista absoluto, morcillas incluídas. De la compañía original rescata a Ricardo Canales. El resto del reparto, a excepción de Marisol Ayuso, lo componen actores poco conocidos. Da lo mismo: es “la función de Paco Morán”, su gran rampa de lanzamiento. La presenta en el teatro Barcelona, en septiembre de 1971, y permanece cinco meses en cartel, con más de cuatrocientas representaciones. Vuelve de nuevo con ella a Madrid, al teatro Club, en plena Gran Vía, donde habían representado Eso del matrimonio, y se repite el éxito. Diez años después la repondrá en el Talía, mano a mano con Fernando Guillén, con el que había estrenado la misma temporada Violines y trompetas, y vuelve a llenar el teatro. Pero el giro fundamental de su carrera se produce, ya digo, con la revelación en el Eslava y la confirmación del Barcelona. Después de El apagón se acabaron para él los dramas y los personajes tortuosos: el resto es historia conocida.
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