La voz y el ritmo del puro Caribe
Totó la Momposina trae esta noche a Madrid su “música de la identidad”
Totó la Momposina no es una fuerza de la naturaleza: ella misma es la naturaleza. “Cuando canto hablan los árboles, las montañas, los animales, el mar, la tierra, las estrellas…”. Hace una pausa. “Y también está la sabiduría del pueblo y del cotidiano vivir...”. Sonia Bazanta, verdadero nombre de esta artista colombiana que ha convertido en una mística “la música de la identidad”, lleva más de medio siglo subida a los escenarios difundiendo las tradiciones y raíces de su país a ritmo de porros, vallenatos, cumbias y bullerengues. Su apellido artístico le viene por la isla de Mompox, en el río Magdalena, un hermoso pueblo colonial que se enorgullece de la máxima de Simón Bolivar grabada en su plaza de la Independencia: “Si a Caracas le debo la vida, a Mompox le debo la gloria”.
Llega Totó a Casa de América con la risa, el turbante de colores y la camisa blanca bordada, Caribe puro: el mismo espíritu que llevó a Estocolmo en 1982, cuando Gabriel García Márquez la invitó a cantar en la ceremonia de entrega del Premio Nobel, algo que no había ocurrido nunca. “Es que nosotros somos vecinos”, dice. “Él es del otro lado del Magdalena, pero es la misma tierra”.
Una vez García Márquez dijo que Cien años de soledad era un vallenato de 400 páginas y El amor en los tiempos del cólera, un bolero de 350. Totó la Momposina está “muy de acuerdo”. “¿Sabe por qué? Pintores, escultores, cantadores, bailarines, filósofos, poetas y demás pertenecemos a la línea de las Nueve Musas”, es decir, “la de las Artes”, y claro, “las sensibilidades se cruzan”.
Totó la Momposina
- ¿Cuándo? Actúa hoy, junto con Rubén Blades y Calle 13.
- ¿Dónde? En el Salsa & Latin Jazz Festival. Sala Arena Marco Aldany.
- Hora. A las 18.00.
- Precio. 35 euros.
Además, y sobre todo, está el Caribe, que son sabores, colores, olores, inercias, formas de amar exageradamente, el picante, el baile como catarsis… en fin, un modo de entender la vida y de vivirla. “Nosotros somos libres para creer en cualquier cosa; pero debe saber algo: no imaginamos nada. Las cosas que ustedes consideran raras existen de verdad”. Da una explicación Totó muy parecida a la que alguna vez Gabo ha expresado: “Ustedes los europeos son cartesianos, entienden la realidad a cuadritos, y lo que no entra en esos cuadritos que ustedes han inventado no existe, no es real, pero nosotros no lo vemos así”. Asegura la Momposina que en su tierra puede ocurrir perfectamente que nazcan niños con rabo de cerdo, si en la familia hay amores incestuosos, como les pasó a Aureliano Babilonia y a Amaranta Úrsula, y de igual modo hay ciertas clases de mariposas amarillas que siguen a determinadas personas toda la vida. “No se vaya a creer que esto es fantasía”, dice Totó mirándo fijo a los ojos.
La Momposina se considera una “cantadora”, y eso es algo que “no se escoge”, ni el propósito de su canto es la fama. Ella simplemente “cumple” con un cometido que le viene “dado”, que es rescatar y mantener viva la tradición y las costumbres más auténticas de las gentes sencillas de su país, “y entregar ese tesoro a sus hijos y nietos y a mucha gente que incluso desconoce que esta música existe”. Según Totó, cuando alguien descubre esa “música de la identidad” se despierta un “fervor” y una “curiosidad” en la persona, y ese aporte es el que a ella le interesa.
Totó la Momposina realiza este verano una gira por Europa acompañada por una decena de músicos y sus tambores hembras y machos. En total, una decena de conciertos en Alemania, Suecia, Francia, Italia y España, donde se presentará hoy en la sala Arena Marco Aldany junto a Rubén Blades y Calle 13.
Pero, ¿por qué en Alemania gusta Totó la Momposina si no entienden ni una palabra de sus canciones ni sus rítmos son fáciles? “¡Ah! Muy fácil”, contesta ella: “Porque es una música de verdad, que no miente. Es como el tambor, que a todo el mundo le llama y no sabe la razón, y es porque uno primero lo escuchó en el vientre de su madre, tam-tam, tam-tam”. Es verdad: la música de Totó funciona como un mantra.
Sonia Bazanta asegura ser una “artista de escenario” más que de estudio. Su último álbum, La bodega, tiene ya más de tres años y lo produjo ella misma. Para hacerlo tuvo que vender su casa, pues desde hace tiempo entendió que, para defender su música, lo mejor era ser independiente.
Ahora tiene la cabeza metida en su próximo disco —“esto es primicia”, dice— en el que grabará por primera vez en su vida un bolero, seguramente del mexicano Alfredo Jiménez. También habrá porros, son de negros, chalupas, bullerengues sentados y, desde luego, cumbias, como la que cuenta la historia del indio pocabullano: “Cacique que se murió / y el pueblo lo despidió con antorchas en la mano. / La tambora lo lloró mientras el millo gemía / y así fue como nació la cumbia y el canto”.
Está satisfecha. Cuatro años para ella es un buen plazo. “Un disco no se hace como bollo limpio [pan de maíz]”, sentencia. Para que uno pueda “aportar” algo, hay que “esperar a que lo vivido se sedimente”. Pura sabiduría.
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