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Un año caminando sobre las brasas

La crisis, la corrupción y las catástrofes ocupan el primer aniversario de Alberto Fabra como presidente

El presidente de la Generalitat, Alberto Fabra, durante un debate en las Cortes Valencianas.
El presidente de la Generalitat, Alberto Fabra, durante un debate en las Cortes Valencianas.JORDI VICENT

Alberto Fabra, no tiene a quien quejarse. Desde que el pasado 28 de julio juró su cargo como presidente de la Generalitat, en medio de una crisis institucional sin precedentes, Fabra ha tenido que hacer frente a un annus horribilis, marcado por la crisis económica, la corrupción y unos incendios forestales pavorosos —que se recordarán durante décadas— en el interior de la provincia de Valencia.

Quizá por eso, Alberto Fabra es uno de los pocos políticos españoles que ha pedido disculpas públicamente. Y lo ha hecho por los errores cometidos por el Partido Popular en los años de gobierno de vino y rosas, donde el dinero corría con facilidad y el rigor brillaba por su ausencia.

Fabra llegó hace un año de manera accidental a la presidencia de la Generalitat de la mano de Mariano Rajoy, con un Consell heredado de su antecesor Francisco Camp, y un único mandato de Génova: poner orden en una Administración montada a golpe de grandes eventos y un PP desangrado por los casos de corrupción.

Y desde entonces ha dedicado todas sus horas a ello, aunque no con los resultados que le hubieran gustado. Ante los ojos del presidente de la Generalitat se han desmoronado la Caja de Ahorros del Mediterráneo, el Banco de Valencia y Bancaja, que pelea ahora por salvar la obra social de unas cajas que fueron la tercera y la cuarta de España y una marca bancaria al borde de la desaparición.

Las finanzas públicas tampoco ha ido mejor. Fabra ha optado por enfrentarse a la realidad que Camps no quería ver, pero para entonces los mercados financieros ya estaban cerrados para la Generalitat y los ingresos caían en picado.

El jefe del Consell ha abordado la

El resultado ha sido que la Comunidad Valenciana ha sido la primera en solicitar el rescate del Fondo de Liquidez Autonómica y, casi con toda seguridad, tendrá que reclamar nuevos sacrificios a los valencianos antes incluso de haber empezado a ejecutar un duro plan de estabilidad que incluye la rebaja de sueldo a los empleados públicos, miles de despidos en las empresas públicas (RTVV, Ivvsa, Ciegsa, etc.) y la privatización de todos los servicios no asistenciales (y también alguna parte de ellos) de la sanidad pública.

Mientras a las puertas de los edificios oficiales se registran protestas y manifestaciones día sí y día también, el presidente de la Generalitat ha intentado, en el peor de los escenarios posibles, limpiar la imagen de los políticos y del territorio. Así, en este año ha introducido medidas de austeridad en los salarios de los altos cargos de su Administración, en los coches oficiales y en el funcionamiento ordinario de la gestión. Sin embargo, los iconos del despilfarro han ocultado su esfuerzo. Bien porque Fabra no ha podido gestionar eventos como la fórmula 1 de otra manera, atado como está por los contratos, bien porque no ha tenido fuerzas para abrirse un nuevo frente interno, como la escultura inspirada en Carlos Fabra del aeropuerto de Castellón.

Pero si la crisis económica y financiera ha sido el gran quebradero de cabeza del primer año de Alberto Fabra, los escándalos de corrupción no se han quedado muy atrás. Fabra alcanzó la presidencia de la Generalitat con un juicio en ciernes —el de Camps por el caso de los trajes regalados por la trama Gürtel— y llega a su primer aniversario con los tribunales hirviendo. Por un lado, la financiación irregular del PPCV, las adjudicaciones de Fitur a Orange Market y la trama corrupta de Álvaro Pérez El Bigotes y su jefe Francisco Correa; también el caso Brugal y todas sus derivadas; con el ex alcalde de Torrevieja y diputado autonómico Pedro Hernández Mateo a punto de sentarse en el banquillo; o la presumible imputación del portavoz parlamentario Rafael Blasco por las irregularidades en las ayudas a la cooperación; y además, la parte valenciana del caso Urdangarin. Todo junto amenaza con producir un empacho de suciedad difícil de digerir.

Fabra ha hecho un esfuerzo real por apartar, tanto del PP como de la Administración valenciana, a los cargos salpicados por los casos de corrupción. Un esfuerzo insuficiente para la oposición política y demasiado riguroso para una parte de los populares, que todavía distinguen entre la naturaleza del delito atribuido a unos y otros por parte de los jueces.

Por si faltaba algún elemento de tensión más, Fabra ha tenido que ver cómo más de 50.000 hectáreas de bosque valenciano ardían como una tea, lo que ha provocado el lógico disgusto y las críticas de los afectados. La desgracia, por si sola es capaz de erosionar a cualquier político, pero lo que le ha hecho una muesca al presidente ha sido la ausencia de Mariano Rajoy, que desde que es presidente del Gobierno no ha pisado la Comunidad Valenciana. El Gobierno envió tres ministros en apoyo de Alberto Fabra pero la sensación de vacío ha sido complicada de evitar pese a la buena voluntad del presidente, que en las últimas semanas ha hecho propuestas de calado como la reforma del número de diputados en el Parlamento o el traslado al lunes de San José y el 9 d’Octubre. Todo un ejercicio de política en un annus horribilis.

Un PP con caras nuevas y no tanto

Alberto Fabra ha logrado consolidarse en poco menos de un año como el nuevo líder de los populares valencianos, no sin complicaciones. Fabra ha impulsado un fuerte proceso de renovación del PP, que ha tenido, al menos por ahora, su mayor logro en la provincia de Alicante.

Allí, la división generada tras la caída del zaplanismo ha logrado ser recompuesta por el vicepresidente del Consell, José Ciscar, que ejerce de hombre fuerte de Alberto Fabra en el Consell.

En Castellón, el terreno que mejor conoce el jefe del Consell, Fabra ha logrado que la transición entre Carlos Fabra y Javier Moliner al frente de la organización provincial del PP se produjese sin ningún tipo de alboroto. Y ello, pese a que quienes estuvieron al servicio de Carlos Fabra como presidente de la Diputación aspiraban a mantenerse en el escalafón.

El territorio que más quebraderos de cabeza le da a Alberto Fabra es la estructura del PP en la provincia de Valencia. Los partidarios del presidente provincial, Alfonso Rus, fueron los que castigaron la candidatura de Fabra en el congreso regional de Alicante con un 19% de los votos en blanco y desde entonces, tanto Rus como la alcaldesa de Valencia, Rita Barberá, no han perdido la oportunidad de fastidiar al presidente regional del PP cada vez que han podido. Uno con la inclusión de Rafael Blasco en la nueva dirección provincial del partido y la otra dando alas a quienes cuestionan el traslado de la fiesta de San José a los lunes.

Para controlar el territorio más hostil, Fabra eligió como secretario regional del PP al consejero de Gobernación Serafín Castellano, que será quien plantee a largo plazo la transición en la estructura de Valencia de un partido que, por ahora, tiene caras nuevas y otras que no lo son tanto.

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