Oda a Allen Ginsberg
La belleza es una mierda cuando no hay dinero para alquilarla
He visto a las viejas de la generación de mi madre robadas por los bancos y las cajas de ahorros, engañadas, saqueadas, desplumadas, timadas, por directores de sucursales de traje moderno que se llevaban comisiones a cambio de sus abusos salvajes, y que después de su jornada de fraude volvían en un coche caro y nuevo al piso de siempre, al piso reformateado del barrio donde seguía siendo todo igual que la vida,
hombres jóvenes que empezaron a hacerse viejos a golpes de estafa, esclavos de hipotecas que enfermaron de miedo y de impotencia y que con la quimio a cuestas iban a todas las manifestaciones, a concentraciones, a la puerta de la Bolsa o de su entidad bancaria, a donde hiciera falta, a gritar que ellos estaban más vivos que el sistema, a poner pegatinas en las cristaleras de las cajas llamándoles ladrones a quienes les habían robado,
que, con la hoja del paro en el bolsillo, una mañana pillaron el periódico gratuito en una calle de la Verneda y al abrirlo sentados junto a las esculturas de Acín encontraron al consejero de Economía, Andreu Mas-Colell, diciendo que no había que meterles el dedo en el ojo a quienes traficaron con preferentes firmadas tan solo con un dedo, destrucción política de la condición humana, los representantes del pueblo representando a los enemigos del pueblo,
carne de cañón, manobres que hablaban con solo media lengua aprendida explicando por las mesas de los Ayuntamientos, por los despachos sindicales o de abogados especializados o de quienes puedan escucharles gratis, que no solo les retiraron la prestación de desempleo sino que encima les obligaron a devolverla porque habían viajado a Marruecos a ver a su madre que cayó enferma y no avisaron de que salían de España (aunque quizá lo mejor sea irse de aquí para siempre),
familias enteras ardiendo en las barracas de los solares del Poblenou, y comunidades de más de 300 personas que encontraron su único sitio en un descampado y luego quisieron echarlos a la nada porque al fin se podía decir que son nada, que nadie es nada comparado con un presupuesto, sesión de prestidigitación en la callejuela de las ratas, lo nunca visto: el show del programa oculto y la oposición invisible,
los vecinos más pobres de los barrios más pobres, de Torre Baró, de Vallbona, de Ciutat Meridiana, sacados a rastras de sus casas por hombres como ellos que llevaban durante sus horas de trabajo uniforme de policía, observados por un cerrajero tembloroso también como ellos, gritando de desesperación, pero no bajo la mirada de quienes nunca son como ellos ni como nadie, porque estos desprecian mirar la vida; y por la noche había chavales adictos, recogidos, sentados en las urgencias de los hospitales, que no esperaban al médico sino a que pasaran la noche y el frío,
que sin saber adónde llevar los muebles se pusieron a andar por la acera, su nueva espaciosa vivienda, y les dijo el alcalde Trias que pronto iba a inaugurarse un centro de alojamiento familiar, campo urbano de refugiados de esta guerra con mercados negros y mutilados económicos mendigando de rodillas comida a las puertas de los supermercados; padres y madres separados que volvieron a vivir en las casas de sus padres y madres y que cuando les tocaba llevarse con ellos a los hijos tenían que pedir dinero prestado para comprarles la merienda,
batallones perdidos de gente en el paro yendo en el metro de un sitio a otro para dejar un currículum fotocopiado, un número de teléfono a punto de cortar, la belleza es una mierda cuando no hay dinero para alquilarla; estar vivo es un privilegio de Pedralbes para abajo; han empezado a retumbar los himnos cada vez más potentes en las iglesias evangélicas de los antiguos barrios de la droga, no hay salvación pero hay hermanos, estar vivo es el derecho más antiguo del mundo,
oh, Karl Marx 2.0, Jesucristo Superstar, la dama del paraguas, el Zeleste de Laietana, esperando como estatuas de sal a que alguien vuelva para salvaros de vuestra vieja historia hundiéndose; el monumento a Macià de plaza de Catalunya que en el 15-M fue recubierto con papel de embalar para dedicarlo a Buenaventura Durruti, y luego arrancaron el papel a tirones, pero un trozo permaneció ondeante durante el tiempo que duró la acampada como una bandera de risa; Barcelona, sitio de las torres de Mordor, ciudad sin superhéroes, Moloch con recortes, toda la historia de tu movimiento obrero ha sido grabada en un disco Verbatim,
todo lo que se borra es historia, solo permanece la mentira; el bosón de Higgs no existe, lo escribió Agustín García Calvo: la no realidad no puede explicarse desde la realidad pues el sistema todo lo absorbe, hay que salirse cuanto antes,
los trenes de cercanías son los que llevan más lejos porque siempre está lejos lo que se quiere y, mientras se va acercando cada vez más rápido un planeta extraño como en una película de Lars von Trier (o Lars von Trias, qué más da), es cada día más inminente el choque con un meteorito lleno de putas de casino que ha sumido al personal en la melancolía del último polvo en tierra libre,
pero habrá más tierras libres, y serán más fértiles, lo dijo Labordeta, y al levantar la vista los mandó a todos a la mierda.
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