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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Una metáfora de la vida

"Hemos pasado de pobres a ricos, en la conciencia colectiva, demasiado rápido, gracias a la valía de la generación actual"

El fútbol como metáfora de la vida. De la unidad europea, de la apertura al este, de la crisis económica, de la alegría y tristeza colectiva. Cuando el entrenador, afirma que hemos pasado, en pocos años, de pobres a ricos, sin valorarlo como se merece, nos plantea sin proponérselo -o quizás sí- una metáfora de la vida. Hemos pasado de pobres a ricos, en la conciencia colectiva, demasiado rápido, gracias a la valía de la generación actual. Dos generaciones antes, la de los abuelos, fue la de las derrotas, en el terreno de juego y en la vida; una anterior, la de los padres, fue la del desarrollo económico sin éxitos deportivos; la actual - precisamente desde el 92, año de los Juegos Olímpicos- es la de la abundancia incluida la victoria en diferentes competiciones deportivas, que debe evitar caer en la insolencia.

Corresponde actuar como los jugadores de la selección que fueron un equipo no una suma de individualidades, sin fomentar el divismo sino la profesionalidad, procurando el entendimiento entre las posiciones personales, aceptando las diferentes banderías en favor de la solidaridad, entendiendo que el respeto a los demás hace más fuerte al colectivo, haciendo fácil lo difícil -llegó a decir el capitán- no imposible lo sencillo. Una nueva generación que disfruta con su juego, que debería tener su equivalente en la cancha de varias de las instituciones del Estado, dejando para el olvido actitudes actuales que nos desmoralizan a todos y adoptando filosofías de entendimiento que a todos enriquecen.

Hace apenas unos años, antes del comienzo de la crisis, todo parecía poco. Los salarios, los coches deportivos, las segundas residencias, las hipotecas inalcanzables. Nuestro país superaba el PIB de Italia, y el número anual de viviendas construidas superaba a las realizadas por Alemania, Francia y el Reino Unido. La construcción de autovías se sucedía, los kilómetros de AVE crecían, los aeropuertos se multiplicaban, las universidades proliferaban, y las televisiones públicas funcionaban sin explicar sus gastos ni cuestionarse si cumplían con su razón de ser. La Unión Europea, durante años, sufragaba parte de estos gastos a través de los fondos estructurales y de cohesión, mientras Europa todavía podía, pues éramos 12 o 15 países miembros, no 27 como ahora, y, alguno de ellos más necesitado que nosotros.

La República Federal de Alemania financiaba, la mayor parte del presupuesto europeo, cuando la reunificación con la República Democrática, le lleva a incrementar sus gastos y sus nacionales, asiduos a nuestras tierras, comienzan a cuestionar cómo es posible que hayamos comenzado a abordar la renovación de nuestras infraestructuras -muchas de ellas, sin costo para el contribuyente- mientras ellos, a duras penas, alcanzan a financiar las propias, incluidas las reunificadas. La suerte estaba echada, tiempo antes de que la crisis viniera a incidir con fuerza sobre la situación, poniendo de manifiesto la debilidad de nuestros argumentos ante los apoyos recibidos. No habíamos sabido armar con fuerza el equipo de nuestro sistema productivo y apenas algunas individualidades sobresalían sobre el resto. Habíamos abandonado la incipiente industrialización y habíamos entrado en actividades especulativas de mayor y más rápidas tasas de retorno de la inversión, pero también de mayor riesgo.

Pensamos en el turismo y las segundas residencias, y unas y otro se mostraron también frágiles cuando la crisis llegó. Unos dejan de comprar inmuebles para residir unos pocos días del año y otros comienzan a buscar otros destinos y a gastar menos en el nuestro. Los eventos -costes desbocados aparte- no alcanzan por sí solos a compensar la caída de la economía productiva. Podrían ser la guinda pero nunca el pastel, con el que abastecer a toda una población carente de las suficientes oportunidades laborales. El desempleo se dispara. El déficit se acrecienta, y aquellos nuevos ricos, que antaño superaron el PIB de Italia, creyendo serlo, van de la mano de los transalpinos, en la demanda de fondos europeos, que Finlandia y los Países Bajos cuestionan, y que ahora, por fin, con el apoyo de Francia, parece que hasta 100.000 millones de euros, que no es poca cosa, van a llegarnos, veremos a cambio de qué.

El fútbol como enseñanza. Eduardo Galeano, escritor y buen aficionado al fútbol, advierte en El fútbol a sol y sombra, que el espectáculo deportivo se ha convertido en un negocio lucrativo que no se organiza para jugar, sino para impedir que se juegue, y ganar. Diríamos sucede como en la actividad productiva y la especulativa. Por suerte, añade Galeano, de vez en cuando aparece algún descarado que se sale del libreto y comete el disparate de jugar con libertad, disfrutar, y, también, ganar. Sería entonces, cuando en la sociedad, se produjera el triunfo del esfuerzo, de la laboriosidad, de la economía real.

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Es la metáfora de la vida, el fútbol que hace más por la Unión Europea que el euro, del que no todos los países forman parte; incluso por la unidad española, pues la selección incluye las opciones más diversas. También la denominación la “roja” resulta en sí misma una paradoja curiosa en la actual realidad española. Los elogios y las críticas, el triunfo y la derrota, que diría Kipling, tratados como dos impostores, por sus integrantes. La actitud solidaria de todo un grupo de profesionales que ha mostrado al resto de la ciudadanía cuál debe ser el camino de la ejemplaridad pública.

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