30 años de fracaso estatutario
"Poco podemos esperar los valencianos de quien sabe que su silla depende de que le envíen o no un motorista con el cese desde Madrid"
La historia del proceso autonómico en el País Valenciano es la crónica de una decepción. La mejor prueba de ello no es la situación económica, social y moral del país (que no deja de ser muy parecida a la española, por no decir idéntica en lo sustancial) sino el hecho de que, a la vista de lo que son capaces de aportar como valor añadido nuestras instituciones propias, casi daría igual si nos liquidaran el autogobierno y enviaran desde Madrid a un encargado para gestionar esto. Es más, una creciente mayoría de ciudadanos parece apoyar esta opción, que tiene la ventaja de la sencillez. Aunque podríamos tranquilizar a esta gente indicando que en realidad poco más que eso son el actual Gobierno de la Generalitat y un President que, por mucho que la teoría constitucional diga otra cosa, debe su legitimidad no a la elección de los ciudadanos sino al magno dedazo llegado desde la calle de Génova. Poco podemos esperar los valencianos de quien sabe que su silla depende no de nosotros sino de que le envíen o no un motorista con el cese desde Madrid, como en los viejos tiempos.
Nuestro Estatut y nuestro autogobierno, como es sabido, ya empezaron con mal pie. El pacto de más de un 90% de Ayuntamientos y de las fuerzas políticas valencianas, la izquierda y la derecha, fue enmendado sin compasión en Madrid, desde donde llegaron a imponer, incluso, las señas de identidad. Vivimos en un País donde por ejemplo el nombre de la comunidad autónoma no fue el querido por los valencianos, y conviene recordarlo, sino que simbólicamente ni eso se consintió. Tampoco, claro, un Estatut competencialmente ambicioso. Algo que se ha repetido, además, cuando ha habido que reformar el texto porque se caía de viejo y hasta las comunidades autónomas menos reivindicativas ya lo habían superado. En ese momento, nuestra clase política acordó ofrendar a España un “Estatuto modelo” que sirviera para “contener” ejemplarmente las ambiciones de otros. Meses después una decena de comunidades autónomas ponían en ridículo a la clase política valenciana y su vocación por hacer las cosas a gusto del amo. ¿Pero es posible aspirar a mucho más cuando hasta todo un President de la Generalitat abandona el cargo a la carrera por un ministerio de segunda?
En estos 30 años varios hitos jalonan la autonomía valenciana: infraestructuras malas y de pago que impiden la vertebración del país, jurídicamente anclado todavía en un provincialismo impuesto; un sistema financiero propio destrozado; una financiación autonómica que hace que la Comunidad Valenciana sea el único territorio europeo con un régimen fiscal de tipo colonial en sentido estricto pues a pesar de una renta per cápita media inferior a la estatal de aquí se extraen recursos año tras año (y no pocos, por cierto)… Todo ello aderezado con el impresentable y bochornoso espectáculo de un Consell de la Generalitat que de reivindicativo en estas cuestiones pasa a genuflexo según cambian las mayorías en Madrid… y una oposición que hace lo mismo.
En estos 30 años, al menos, se han gestionado mucho mejor desde la proximidad todos los servicios. Pero no es suficiente. O reiniciamos el programa y nos ponemos a trabajar de verdad, tomándonos en serio la autonomía y a los ciudadanos, o el invento implosiona. Eso sí, mientras, nuestra querida casta no se baja del coche oficial.
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