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fragata Extremadura

El mecánico de la fragata declara que la Armada intentó tapar una negligencia

Gago acusa a los mandos de ignorar su recomendación de apagar la caldera. “Me ningunearon. Priorizaron la navegación y no la seguridad del personal”

José Miguel Gago Chao, en una imagen de 2008
José Miguel Gago Chao, en una imagen de 2008GABRIEL TIZÓN

A Jorge Miguel Gago Chao le tocó revivir ayer el accidente que le cambió la vida y truncó su carrera militar después de muchos años de sacrificios. Perdió a dos compañeros en una explosión que él todavía está completamente convencido de que se podía haber evitado apagando la caldera del buque cuando los registros de cloro se dispararon.

Así volvió a asegurarlo ayer ante un tribunal militar de A Coruña, en la segunda sesión del juicio oral por el accidente de la fragata Extremadura que le costó la vida a dos marineros de 20 y 28 años al explotar la caldera de popa el 19 de diciembre del 2005. Declaró durante algo más de una hora para explicar como detectó niveles anormales de cloro y recomendó renovar el agua contaminada. El buque estaba atracado en el Arsenal Militar de Ferrol y salía de maniobras esa mañana. La caldera (1B) reventó a las 2.20 de la madrugada y la explosión abrasó a dos militares, Erik Noval Gómez y Francisco Javier Pérez Castrillón, que murieron quemados por la nube de vapor a 500 grados que salió de una tubería vieja y agrietada.

“Me ningunearon. No atendieron mis recomendaciones y priorizaron la navegación a la seguridad del personal”, explica Gago, que era el mecánico de guardia. “Acerté y la caldera explotó", se lamenta. El cabo primera Gago, retirado del Ejército, es uno de los 40 testigos que desde el lunes declaran en un juicio muy esperado por las familias de las dos víctimas, que se han pasado siete años peleando para que la responsabilidad del accidente se dirimiese en un tribunal.

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En el banquillo de los acusados se sienta Pablo Varela Sánchez, oficial a cargo de la sala de máquinas de la Extremadura la noche de siniestro, que ignoró las advertencias de sus subordinados y se quedó en casa mientras la caldera se calentaba hasta reventar. El fiscal y la acusación particular lo acusan de negligencia con dos delitos contra la eficacia del servicio y piden para él penas de uno a tres años de cárcel y la suspensión de empleo. Defensa, que atribuye el accidente a la fatiga de los materiales de una fragata construida en los setenta, ascendió al acusado a teniente de navío y lo destinó al Hespérides, el buque de investigación oceanográfica de la Armada.

El cabo primera Gago ha sido una pieza clave de una partida judicial que ha llegado hasta el Tribunal Supremo para evitar que el caso se archivase en septiembre de 2009. Desde el primer día, Gago denunció que una mano negra en la Armada pretendía tapar el siniestro y pasar página sin buscar culpables por el estado de un buque deteriorado que seguía navegando.

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Su desacato le costó un expediente disciplinario y una condena de tres meses en una prisión militar de la que se salvó en el último momento después de que su madre se saltase las barreras de seguridad durante un desfile militar en Ferrol para entregarle una carta a la Reina Sofía en la que pedía clemencia para su hijo. Defensa terminó por archivar la sanción en octubre de 2008.

“Me quisieron escarmentar y hundir porque desmonté su teatro”, dice el exmilitar. Cuenta que el accidente le robó el sueño, la salud y un futuro en el Ejército. Pudo apagar la caldera pero no lo hizo, cuenta, porque sus superiores no lo permitían. Insistió en que los niveles de contaminación por cloro eran alarmantes pero sus súplicas cayeron en saco roto mientras el oficial al mando pasaba la noche en su casa y dirigía las maniobras por teléfono. “En este juicio hay amnesia generalizada. Muchos dicen que no recuerdan nada, pero yo sí. Aún vivo en ese barco y arrastro las secuelas”, insiste. La tubería reventó y se llevó por delante dos vidas. La decisión que no tomó le atormenta y le ha costado una depresión y mucha medicación.

Gago, de 39 años, abandonó la Marina después de 14 años de servicio y cinco condecoraciones y vive desde 2009 “como un pensionista más” al cuidado de su hija de 7 años. “La Armada merece ser condenada por esto”, concluye.

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