La mirada plural
Zé Ricardo tenía anoche la sonrisa nerviosa y expectante de un jovenzuelo en el día de su graduación. Prueba superada
A sus 42 años, Zé Ricardo tenía anoche la sonrisa nerviosa y expectante de un jovenzuelo en el día de su graduación. A este polifacético artista carioca le contemplan cuatro discos, muchísimos kilómetros (en sentido real y metafórico) y, en su calidad de director artístico para Rock in Rio, abundantes veladas entre públicos multitudinarios. Sin embargo, nunca hasta ayer había tenido oportunidad de presentarse en primera persona en una sala madrileña. El estreno acontecía en El Junco, uno de esos locales diminutos donde a veces tienen lugar pequeñas grandes cosas, y Ricardo no desaprovechó la oportunidad.
Un público guapo, ecléctico y en parte lusófono se apiñó en torno al angosto escenario de la Plaza de Santa Bárbara para saciar su curiosidad sobre este cantautor y productor de Rio de Janeiro. Tendrán ocasión Ricardo y sus acompañantes, el musculoso quinteto Black Mamba, de conocer palcos más holgados e ilustres. Pero no se le puede negar el encanto a la estampa de seis músicos compartiendo sonrisas, sudores y casi codazos en el esquinazo de un local, regalándose complicidad en cada mirada y procurando que los mástiles de sus instrumentos no golpeasen al vecino.
Zé bebe de la tradición sambera, claro, pero, igual que su admirado Djavan, admite pocas cortapisas para el intercambio de lenguajes. El suyo es un discurso, un talento, una mirada global. Ese bajo sinuoso apunta hacia el funk, la guitarra eléctrica no se cohíbe y ese teclista moreno, receptor de no pocas miradas femeninas, se sabe unos cuantos discos de Stevie Wonder. Abre fuego el contagioso Me deixa y los temas se suceden, frenéticos (Xodó), hasta un total de catorce. Ricardo quizás sintiera mariposas en el estómago, pero incluso encontró hueco para algún bailecito o para reivindicarse también como baladista en piezas como Exato momento. Prueba superada. Como toda buena graduación.
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