La carta de Txelis
Es significativa la displicencia con que ha sido recibida, desde sectores muy distintos, la carta de José Luis Álvarez Santacristina, Txelis, leída en el marco de los Cursos de Verano de la UPV/EHU en Donostia.
La izquierda abertzale ha practicado la descalificación de su mensaje con varios movimientos: desde las despectivas alusiones de Pernando Barrena, que lo interpretaba como una salida personal a una situación carcelaria, o el abracadabrante comentario de Laura Mintegi, que considera “echar balones fuera” lo que es, sencillamente, asumir la propia culpa. Es asombroso declarar que lo que hace Txelis es “echar balones fuera”, aún más después de que la candidata se negara a realizar un balance político (ni siquiera moral) de medio siglo de violencia de ETA. Parece difícil acusar a Álvarez Santacristina de “echar balones fuera”, cuando más bien acepta echar todos los balones sobre sí mismo.
Tampoco es justo minusvalorar su posición porque esta tenga una naturaleza “moral y religiosa”. La candidata a lehendakari debería saber que toda postura religiosa consecuente determina una postura política, aunque esto le moleste (como le molesta, de igual manera, al resto de candidatos). La carta de Álvarez Santacristina está recorrida por fundamentos que nuestra clase política ni comparte ni comprende: el valor reparador del perdón, la valentía de mirar de frente el mal que se ha causado, la severa autocrítica que comporta una conversión, o la evidencia de que pedir perdón no conlleva una exigencia para el que ha sufrido un daño ni obliga a que este lo conceda.
Claro que quienes, desde otro lado, se han pasado la vida exigiendo que pidan perdón los terroristas tampoco se han mostrado muy comprensivos con la postura de Txelis: han impedido la manifestación personal de su arrepentimiento, y después han puesto en duda la sinceridad del mismo. Es lamentable el complejo de superioridad con que tantos monopolizadores de la verdad no solo exigen que otros pidan perdón, sino que, cuando eso ocurre, lo descalifican, como si ellos fueran responsables de un "control de calidad" que les da derecho a validar o no los sentimientos ajenos.
Pero la disección que Txelis ha realizado sobre su pasado debería mover a consideraciones muy distintas: sentirnos llamados a realizar, sobre nuestra conducta personal, la misma indagación, un riguroso examen de conciencia que la moral dominante (bastante más cobarde de lo que ella misma imagina), detesta, esquiva y proscribe. Cansa oír a tanta gente opinando sobre la sinceridad interior o la eficacia política del gesto de José Luis Álvarez Santacristina. A mí, muy al contrario, me invita a obrar del mismo modo en que él lo ha hecho y a reconocer, en mi historia particular, el mal que yo también he perpetrado. Su cambio me pide que cambie yo también. Ese es el camino. Ese es y ha sido siempre el único camino.
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