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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

‘Crowdfunding’

Escucho a un tertuliano que se sube por las paredes ante la posibilidad de que los mercados controlen la cultura. La verdad es que oyes la palabra mercado, te entra urticaria y buscas un chamán que ejecute algún rito de purificación. El mercado es algo tenebroso y preferimos que nada caiga en sus redes: vivienda, educación, pensiones, sanidad, alimentación, cultura… Salvo la Iglesia católica, no se me ocurre ninguna cosa que la gente considere que deba quedar fuera del presupuesto público. Defiende con tanto fevor poner todo en manos del Estado como esa única e innegociable excepción. Pero la pretensión es irracional e impracticable, según denuncian la lógica, la historia y el sentido común: es imposible encerrar la realidad, como quería Mussolini, dentro del Estado. El tertuliano, tan crítico con el mercado, puso como ejemplo alternativo el crowdfunding, es decir, la cooperación libre y voluntaria de muchas personas en la financiación de esfuerzos e iniciativas de otras personas u organizaciones; un sistema que supone desplazar la iniciativa privada del momento del consumo al momento de la creación del producto cultural.

Me pregunto qué piensan de sí mismos tantos individuos que detestan el mercado cada vez que disponen libremente de su dinero. Cuando alguien compra un libro, una podadora o unos pantalones, cuando publica una revista o contrata un seguro, es el mercado el que actua. Lo sé, es duro decirle a la gente que forma parte de El Maligno, pero la vida tiene estas cosas: lo mismo que sentiste al enterarte de que los reyes son los padres. El Estado se basa en la disposición coactiva de los bienes ajenos y el mercado se basa en la disposición libre de los bienes propios. Si compras algo, incluso si presumes de practicar el crowdfunding, es el mercado el que pone sus garras (las tuyas) sobre la realidad. Millones de elecciones de millones de personas deciden cada día la suerte de millones de empresas humanas, con sus emprendedores dentro. Ocurre incluso en esa parte antipática del mercado: las finanzas. Ahí existen tiburones. Pero uno debe preguntarse si el tamaño del escualo no tiene algo que ver con su participación en fondos de inversiones, en depósitos a plazo o en esos planes de previsión voluntaria que arrancaron los sindicatos a su administración. Cuando los mercados niegan dinero a un Estado, son esos fondos, también, los que se niegan a hacerlo.

El crowdfunding es una muestra más de la creatividad de la iniciativa privada. Por cierto, no habrá que esperar mucho hasta que algún cráneo privilegiado tropiece con la idea de que es una actividad susceptible de carga impositiva. Al fin y al cabo, ¿qué es eso de gente disponiendo de lo suyo sin permiso? Lo lamento, la palabra en inglés prometía algo distinto, pero crowdfunding solo es gente manejando su dinero en función de sus propios gustos, aficiones e intereses. Sí, todo un escándalo.

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