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Escenas de extremismo musical

El documental ‘Escuros, roncos e compasados’ repasa la historia del ‘death metal’, derivado acelerado y gutural del ‘heavy’, en la Galicia de los noventa

El grupo Scent of Death. De izquierda a derecha, Bernar0do Pérez, Carlos Carballo y Jorge Fernández en un fotograma de Escuros, roncos e compasados.
El grupo Scent of Death. De izquierda a derecha, Bernar0do Pérez, Carlos Carballo y Jorge Fernández en un fotograma de Escuros, roncos e compasados.

Existen determinadas genealogías musicales cuya evolución consiste en una aceleración rítmica constante. La secuencia aproximada pub rock / punk / hardcore / grindcore es una de ellas. Otra posible arranca en el hard rock, pasa por el heavy metal y llega, tras dejar atrás el thrash metal, a un nuevo estadio metálico: el death metal. Velocidad desaforada, voces de ultratumba, lírica macabra y punteos de ida y vuelta por el mástil de la guitarra definen un subgénero sintetizado, a mediados de los ochenta en los Estados Unidos, por músicos de extracción trabajadora. El documental Escuros, roncos e compasados, que se estrena este viernes a las nueve de la noche en el Auditorio de Galicia de Santiago, aborda esa escena. Pero lo hace con una particular óptica geográfica, la que retrata su trasposición a la comunidad gallega durante la última década del siglo XX.

“Los grupos que empezaron con el death metal en Galicia, a partir de un thrash metal endurecido, surgieron hacia el año 1989 o 1990”, recuerda Luis E. Froiz (Santiago, 1985), junto a Carlos Pensado (Camariñas, 1977) codirector de la película. Con A Coruña y Ourense como vórtices de la colectividad, dos bandas con base en esas ciudades funcionaron como pioneras, S.O.K. y Detestor. Casi en tiempo real. Como cualquier otro salto cualitativo en la historia musical, el death no apareció de la nada. Ni de repente. “No es un estilo que nazca de pronto”, explica Froiz, “sino que evoluciona directamente desde el sonido de bandas como Slayer o Possessed. Y eso era lo que escuchaban también los músicos gallegos en aquella época”.

Cantada en inglés —solo los todavía en activo Wisdom, de A Coruña, han utilizado el gallego—, la literatura de esta variante de una de las más duras de entre las músicas duras apela a la violencia, “a veces de tipo gore”, o a la religión. “Con un punto de vista anticatólico, incluso satanista”, puntualiza el cineasta. Ya la piedra fundacional de la etiqueta, el disco Scream Bloody Gore (1987) de los significativamente llamados Death —asentados en Florida—, lo expresaba en canciones como Baptized in blood, Sacrificial, Infernal death o Evil dead. Pero igualmente se vale de una mirada social y crítica con lo existente. Si el heavy metal, popularísimo en su acepción británica, formaba parte de cierta cultura obrera, el death metal tampoco se benefició del ascensor social.

El subgénero aparece aquí al poco tiempo de su nacimiento

“Es un movimiento, también en Galicia, más cercano a la clase baja que a la alta”, afirma Luis Froiz, “gente muy sencilla que busca sus propios medios para salir adelante”. Y en los noventa esos medios no incluían ni la grabación digital, ni el acceso a esa memoria universal del sonido fonográfico que es Internet, ni la distribución no física de los discos. Fanzines, oficinas de correos, cassettes duplicadas, vertebraban una escena, la del death metal galaico, que si se identificó por algo fue por sus dificultades para exportarse. “Tal vez la movida y sus grupos consiguieron salir”, dice, “pero la música gallega siempre ha tenido dificultades para ir fuera. Algo tan underground como el death metal tuvo, y tiene, el mismo problema”.

Por lo demás, el nivel no difería del de otros lugares. O eso opinan los autores de Escuros, roncos e compasados al hablar de bandas como los pontevedreses Absorbed —“tremendamente técnicos”— o Dismal y los ourensanos Unnatural. Los tres compartieron elepé en 1994, la joya del death gallego: Avowals. “Aquí, la música ha seguido la misma estela que en otras escenas del mundo, pero con los obstáculos habituales de hacer música aquí”, expone Froiz, “porque el death metal es algo que no da dinero, montar bolos resulta complicado... Prácticamente solo hay grupos profesionales en Estados Unidos”.

Con voluntad de hacer emerger esta corriente subterránea, el filme de Froiz y Pensado también quiere servir de archivo. “Como piensa Carlos, es un homenaje a todos esos grupos y, a la vez, una manera de recuperar toda esa información”, relata. Pero esta oscura casilla de los extremismos musicales, añade, continúa activa. Como eslabones de una cadena —a veces literal, con miembros que cambian de formación, a veces figurada—, Vermis Antecessor, Scent of Death, Defaced, Ephimeral u Osmosis. “Este es un tipo de música que nunca va a morir”, concluye, con cierta solemnidad, Froiz, “porque la gente no la hace por razones económicas, sino por amor”.

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