El revolucionario de Ciudad Lineal
Hay un señor gallego en Madrid, de barba blanca, bien vestido y con la delgadez que da la genética cuando se junta con el hambre, que mendiga una moneda a cambio de recitarte un poema de Rosalía de Castro. No sé si conoce la obra completa de la poeta gallega o te recita siempre el mismo poema como si fuera volando de mesa en mesa, de velador en velador. No lo sé porque a mí no me gusta Rosalía de Castro, así que le ahorro el ejercicio de rapsoda y le doy un euro a cambio de nada. Bueno, sí, a cambio de la osadía de mendigar con la poesía entre los labios. Él da lo que tiene, los versos de otros, de otra en este caso, para aliviarse el estómago con algo caliente o algo frío cuando la canícula madrileña aprieta. Lo que sé es que el negocio no le va bien. Le conocí hace unos años, en otra zona de Madrid, aunque siempre por Ciudad Lineal, y entonces te pedía unas monedas a cambio de entregarte un folio con un poema de Rosalía de Castro. Ahora, por lo que se ve, no le llega ni para papel y bolígrafo y directamente utiliza su voz para ganarse un poco, muy poco, la vida. Son malos tiempos para las dádivas; por menos de miles de millones de euros nadie se toma la molestia de echarse la mano al bolsillo. De pedir, que sean 100.000 millones.
Pero son malos tiempos también para la lírica, suponiendo que desde el Siglo de las Luces lo haya sido en algún momento. Es el tiempo de los economistas, de los macroeconomistas, de los inversores julais que solo riman millones con ambiciones, mercados con soldados, contracción con desaceleración. Así no hay dios que lea un verso. Ni los poetas más cursis de los juegos florales, que ofrendaban a la hija fea del alcalde pedáneo —solo uno se atrevió a escribir “el día que tú naciste, la belleza hizo huelga” y lo crujieron, claro—, ni esos poetas que asesinaban la poesía serían capaces de tamaño delito.
Así que este señor de Lugo, tiene ante sí menos porvenir que un outlet en Atenas. Lo que me extraña es que Esperanza Aguirre no le haya multado por llenarles a los madrileños la cabeza de pajaritos. ¡Habrase visto tamaña osadía! ¡Con la que está cayendo y un gili anda por ahí vendiendo versos de Rosalía de Castro! ¡Así cómo coño vamos a sacar adelante este país! Este señor, cuyo nombre no sé, no sabe que es un revolucionario silencioso, escondido tras las barricadas de palabras que la poeta gallega sabía hilar con la cadencia gallega de una tarde de otoño (aunque insisto, no me gusta). Creo que a él ya no le preocupa que los bancos quiebren, que no haya crédito ni para pedir crédito, que la política sea una extensión levísima de la macroeconomía (suponiendo que no sea ya una abstracción). Le importan una higa lo que piense Esperanza y los mercados. Él pasea por Ciudad Lineal, un barrio de Madrid con nombre de libro de poesía, tratando de que todo sea menos lineal en nuestra vida. De derrota en derrota, eso sí, con Rosalía en la boca.
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