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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La caída de un histórico

Sea cual fuere el fallo que en su día dicten los tribunales, este episodio significa la amortización definitiva de Rafael Blasco, un político histórico y proteico

El todavía portavoz del PP en las Cortes Valencianas, Rafael Blasco, ha sido aparcado en vía muerta mientras espera que se formalice la anunciada imputación por los delitos que pudo cometer mientras fue titular de la Consejería de Solidaridad y Ciudadanía en los años 2008 y 2010. Producido ese trámite procesal dimitirá, sumándose así al nutrido pelotón de diputados rasos del PP imputados que están en expectativa de juicio.

Este episodio significa la amortización definitiva de este político histórico y proteico, sea cual fuere el fallo que en su día dicten los tribunales. De los hechos divulgados y las circunstancias que concurren no se puede sacar otra conclusión. Anotemos algunas de ellas.

Tal como decimos, y al margen de la futura sentencia, el exconsejero arrostra la responsabilidad política de haber amparado o no impedido que la mentada consejería se agusanase de personajes zafios y vividores que aparentemente —y valga la cautela— han desviado en beneficio propio los recursos económicos destinados al Tercer Mundo, lo que es tanto como robarle el platillo a un ciego, solo que en cifras millonarias de euros.

Que Blasco se haya lucrado personalmente de este saqueo es un extremo que requiere ser debidamente probado. Lo que admite pocas dudas es que el tráfico de ONG implicadas se ha desarrollado ante sus narices e involucrado a personajes de su entera confianza, ya empapelados.

Blasco transita por la vida pública bajo el estigma de la sospecha desde comienzos de los noventa

La pregunta que nos asalta es cómo un político de su talla y experiencia ha podido ser sorprendido o involucrado en una maniobra tan grosera y escandalosa que, al parecer y a mayor abundamiento, ha tenido sus antecedentes en otras áreas de gobierno gestionadas por el todavía síndic del PP.

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La perplejidad se acrece cuando consideramos que este político transita por la vida pública bajo el estigma de la sospecha desde que, a comienzos de los noventa, se sentó en el banquillo debido a ciertas irregularidades urbanísticas que no pudieron probarse porque se juzgaron ilegales las escuchas que avalaban el alegato acusatorio. Una resolución procesal inobjetable, pero un cierre del asunto en falso que, desde entonces, lo ha acompañado como una estela de su actividad política.

Blasco siempre ha sido sensible a esa servidumbre que conlleva un escrutinio premioso de cuanto hace o deja de hacer en el marco de la política. Son muchos los ojos que le vigilan. Sin embargo, hemos de reconocer que tal limitación nunca ha sido un freno para adoptar decisiones o emprender iniciativas que requerían la temeridad de un recortador de vaquillas o de un funámbulo. No habría de extrañarnos esta cornada o porrazo.

A lo dicho se suma el peculiar momento en que estalla el conflicto. El PP valenciano parece dispuesto a demoler la imagen de partido corrupto que proyecta. Su líder, Alberto Fabra, así lo tiene dicho y hay que suponer que cuenta con el aliento de Madrid, interesado a su vez en trazar un cordón sanitario en torno a este partido periférico tan parecido a una ladronera.

En tal contexto, tanto Blasco como otros ilustres empapelados poca ayuda pueden esperar de sus cofrades. En el caso concreto de quien nos ocupa, no sería descabellado que este viejo roquero de la política se preparase para afrontar el síndrome de abstinencia del poder que ha usufructuado tan largamente. Todo se acaba, como aleccionaba estos días en Claustre Obert el sabio Jesús Mosterín. Con libros y buen vino se combate el mono y se hace más llevadero el último trecho del camino.

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