_
_
_
_
_

El Sónar nocturno corona las excepciones

Lana del Rey abraza un sonido de cámara marcado por violines, piano acústico y guitarra

Lana del Rey en el Sónar.
Lana del Rey en el Sónar.MASSIMILIANO MINOCRI

Las caras, las expresiones. El termómetro de los conciertos suele situarse allí, donde los sentimientos se hacen gesto. Y si hay que atender a algún barómetro que patente lo ocurrido en la primera jornada nocturna del Sónar fue en las caras de las mujeres durante la actuación de Lana del Rey, el reclamo comercial al que ha recurrido el Sónar para volver a decir que en su agenda cabe todo, incluso artistas que para actuar abandonan expresamente la electrónica. La cantante norteamericana, junto al brasileño Amon Tobin y a Richie Hawtin, fueron algunos de los protagonistas de una noche exitosa en la afluencia de público aunque escasamente productiva en términos artísticos.

Las caras. ¿Qué veían en Lana del Rey la multitud de mujeres que la miraban con los ojos extasiados, las manos unidas bajo la barbilla y el suspiro a punto de brotar de la boca? ¿Qué atrae del modelo propuesto por esta vocalista que regurgita a la mujer más clásica? Era la del público femenino una imagen poderosísima y hermosa repetida hasta la saciedad entre las primeras filas del gentío que se situó frente a su escenario. Sobre él, Lana no posó como una pin-up de los años cincuenta, icónica imagen reconstruida por ella, sino como una princesita de Desembarco del Rey. Reforzando su aire inocente con un peinado suelto y naïf, y ganando altura con unos zapatos desde los que podría precipitarse, Lana fijó su imagen entre los límites marcados por la mujer que sabe a lo que juega y decide en consecuencia y la que se deja querer, frágil e inocente toda ella.

Pero la decisión más determinante de Lana del Rey fue en el Sónar prescindir, como muy probablemente viene haciendo, de la producción electrónica presente en su disco y abrazar un sonido de cámara marcado por violines,  piano acústico y guitarra. No hubo pues pulsión rítmica, lo que perjudicó a canciones como Lolita, amansada por los violines y sin el tono picante de su estribillo, y reivindicó el carácter calmo de otras, caso de Video games, cuya toma en directo no difirió en exceso de la del disco. El repertorio, formado por temas como Blue jeans, Born to die, Without you o National anthem entre otros, resultó una demostración de que Lana se quiere reivindicar como artista arreglando sus canciones de manera sorprendente, atenta siempre a la pirueta. La pregunta es ¿quien necesitaba más esos arreglos, las canciones o la construcción icónica de Lana?

Sea como fuere, como entre los observadores se temía un fiasco de proporciones faraónicas, al resultar que Lana no desafina, canta con solvencia y construye caligráficamente el personaje de niña bien cuyo carisma estriba en la aparente timidez, el concierto se salvó. Que resultase aburrido a causa de unos arreglos insípidos pasó a ser circunstancial. Que en 45 escasos minutos despachase su entrega casi hasta se agradeció, síntomas evidentes de los tiempos que corren: lo que no es un fracaso ya es un éxito. Poco más o menos lo que pasó con New Order el jueves. Sin términos medios.

El resto de la noche dejó para la retina la actuación de Amon Tobin, refugiado en lo que Superman hubiese denominado bloques de kriptonita, blanca superficie de formas cuadrangulares sobre las que se proyectaban imágenes de carácter mayormente geométrico que reconstruían las tres dimensiones. Con el acompañamiento de una música que simultaneaba ruidos y patrones rítmicos pausados, la secuenciación de música e imagen produjo momento de gran belleza. En el capítulo de disc jockeys de la primera franja horaria, Richie Hawtin protagonizó una sesión nada excitante, muy pausada, previsible y carente de ángel. El público, dispuesto a enarbolar puños a la primera de cambio, tuvo que esperar a otros disc jockeys para hacerlo. Pero estuvo peor James Blake, cuya técnica como disc jockey es simplemente inexistente. Su sesión quiso se ecléctica, pero resultó estrábica, incapaz de mantener una línea, peleándose por cuadrar los temas y limitándose al final a dar entrada a las canciones por corte, una tras otra. Los mejores momentos fueron los autoreferenciales, cuando se pinchó a sí mismo.

Y en medio de todo esto, resaltar la importancia de programar de forma adecuada, atendiendo a horarios y parrilla. La aparición de Friendly Fires tras el set de James Blake dimensionó al alza al grupo británico de dance-pop. Su descaro, el poder armónico de sus canciones, la entrega física de todo el grupo, la exhuberancia de su corta pero efectiva sección de metal, las prestaciones de su cantante y la alegría general que desprendieron les dieron un inopinado papel protagonista. Como Lana del Rey, dos excepciones de la noche.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_