Festín de crudeza centroeuropea
Andreas Dresen estrena su último filme en el Festival de Cine Alemán de Madrid
Frank Lange se está muriendo, como todo el mundo. Pero él no ha cumplido 45 años y sucumbe a marchas forzadas por culpa de un tumor en la cabeza. El oncólogo que abre el filme disuade de cualquier expectativa racional: “nadie sabe cómo ha surgido ni por qué”. La muerte prematura de Frank, padre de dos niños y propietario de una casita adosada en los suburbios de Berlín, es cosa “del destino, por así decir”. El espectador ya sabe, aunque solo hayan pasado unos pocos minutos, que le espera un filme crudo pero tan sobrio como la reacción de Simone, la esposa de Frank, que solo se permite una lágrima como reacción al diagnóstico. El resto del metraje no cuenta una historia épica ni ofrece más explicaciones que las del médico, sino que documenta la muerte del personaje con los mínimos recursos dramáticos. El largo se estrena mañana en el Festival de Cine Alemán de Madrid con su título inglés, Stopped on track (Parado en mitad de la carrera).
Bajo el sol primaveral de Potsdam, junto a Berlín, su director, Andreas Dresen, explica que evitó el formato de documental “porque también los documentales manosean la verdad”. Le pareció más honesto contar la historia como una ficción, “porque partes de un acuerdo con los espectadores, que se lo creerán si la película resulta y si ellos quieren”. La historia está poblada por figuras traídas directamente de la realidad. El médico que da el diagnóstico al principio, por ejemplo, es el verdadero jefe de neurología de la clínica de Potsdam. Dresen le pidió “que tratara a los personajes como trata a sus pacientes, con las mismas palabras y con los mismos métodos”.
De martes a sábado
La 14ª edición del Festival de Cine Alemán de Madrid concentra desde hoy hasta el próximo sábado en el cine Palafox (Luchana, 15) un calendario de proyecciones con lo mejor de la producción cinematográfica germana: una decena de largometrajes, cinco cortos y una retrospectiva dedicada precisamente al director Andreas Dresen, de quien se exhibe, además de su último filme, otras cuatro películas.
La ceremonia de apertura, anunciada para hoy a las 20.30, está dedicada a la proyección del largometraje La invisible, de Christian Schwochow, quien estará presente en el acto.
A partir de mañana habrá proyecciones entre las 17.00 y las 22.00 (el jueves hay sesión matinal infantil a las 11.00 para Los cinco, adaptación cinematográfica de las famosas aventuras juveniles). El precio de la sesión es de cinco euros y el bono de tres, de 12. Más información sobre precios y programa en www.cine-aleman.com
A partir de aquí, el largo expone episodios diarios del brutal deterioro físico y mental que sufre Frank. Su esposa y sus hijos van encajando, con ternura o con rabia, el golpe de una muerte precipitada, pero correosa: “son varios meses hasta la muerte, llenos de problemas tan duros y exigentes que no dejan tiempo para la reflexión ni para filosofías”. Como buena parte de los nacidos y educados en la República Democrática Alemana, los personajes “no tienen educación religiosa ni grandes inquietudes al respecto”.
No es una película didáctica, pero provoca la sensación imprecisa de una historia ejemplar. Además de los cuatro miembros de la familia Lange hay tres personajes principales: el cáncer, la nieve y la casa. La casa nueva, a menudo nevada, es el único cobijo en el vacío gélido de antes y después de la vida. Y pese a la dureza del argumento, la familia aparece como un ancla de cordura refugiada en ese nido. Dresen admite que “aunque no era el propósito, el filme se desarrolló un poco en esa dirección”. Los actores trabajaron sin apenas guion previo, improvisando situaciones que parten del diagnóstico inicial y la condena a muerte de Frank. Se trataba, para Dresen, de “contar una historia muy concreta, la de un desastre que sacude a una familia”. La muerte “siempre abre una esperanza” para los supervivientes.
La de Frank es un paréntesis entre dos frases a modo de signos de puntuación: lo abre el médico aludiendo al “destino” y lo cierra su hija de 14 años cuando, poco después del fallecimiento, dice a su familia que se tiene que ir “al entrenamiento” de natación.
En un recoleto Biergarten de Potsdam, Dresen explica que decidió rodar el filme “después de una separación, que siempre se siente como una muerte menor”. Vestido con ropa informal y dando cuenta de su schnitzel, el director recuerda además que pronto va a cumplir 50 años. Una edad, dice, “para plantearte algunas cosas”.
Frank Lange se está muriendo, como todo el mundo. Pero él no ha cumplido 45 años y sucumbe a marchas forzadas por culpa de un tumor en la cabeza. El oncólogo que abre el filme disuade de cualquier expectativa racional: “nadie sabe cómo ha surgido ni por qué”. La muerte prematura de Frank, padre de dos niños y propietario de una casita adosada en los suburbios de Berlín, es cosa “del destino, por así decir”. El espectador ya sabe, aunque solo hayan pasado unos pocos minutos, que le espera un filme crudo pero tan sobrio como la reacción de Simone, la esposa de Frank, que solo se permite una lágrima como reacción al diagnóstico. El resto del metraje no cuenta una historia épica ni ofrece más explicaciones que las del médico, sino que documenta la muerte del personaje con los mínimos recursos dramáticos. El largo se estrena mañana en el Festival de Cine Alemán de Madrid con su título inglés, Stopped on track (Parado en mitad de la carrera).
Bajo el sol primaveral de Potsdam, junto a Berlín, su director, Andreas Dresen, explica que evitó el formato de documental “porque también los documentales manosean la verdad”. Le pareció más honesto contar la historia como una ficción, “porque partes de un acuerdo con los espectadores, que se lo creerán si la película resulta y si ellos quieren”. La historia está poblada por figuras traídas directamente de la realidad. El médico que da el diagnóstico al principio, por ejemplo, es el verdadero jefe de neurología de la clínica de Potsdam. Dresen le pidió “que tratara a los personajes como trata a sus pacientes, con las mismas palabras y con los mismos métodos”.
A partir de aquí, el largo expone episodios diarios del brutal deterioro físico y mental que sufre Frank. Su esposa y sus hijos van encajando, con ternura o con rabia, el golpe de una muerte precipitada, pero correosa: “son varios meses hasta la muerte, llenos de problemas tan duros y exigentes que no dejan tiempo para la reflexión ni para filosofías”. Como buena parte de los nacidos y educados en la República Democrática Alemana, los personajes “no tienen educación religiosa ni grandes inquietudes al respecto”.
No es una película didáctica, pero provoca la sensación imprecisa de una historia ejemplar. Además de los cuatro miembros de la familia Lange hay tres personajes principales: el cáncer, la nieve y la casa. La casa nueva, a menudo nevada, es el único cobijo en el vacío gélido de antes y después de la vida. Y pese a la dureza del argumento, la familia aparece como un ancla de cordura refugiada en ese nido. Dresen admite que “aunque no era el propósito, el filme se desarrolló un poco en esa dirección”. Los actores trabajaron sin apenas guion previo, improvisando situaciones que parten del diagnóstico inicial y la condena a muerte de Frank. Se trataba, para Dresen, de “contar una historia muy concreta, la de un desastre que sacude a una familia”. La muerte “siempre abre una esperanza” para los supervivientes.
La de Frank es un paréntesis entre dos frases a modo de signos de puntuación: lo abre el médico aludiendo al “destino” y lo cierra su hija de 14 años cuando, poco después del fallecimiento, dice a su familia que se tiene que ir “al entrenamiento” de natación.
En un recoleto Biergarten de Potsdam, Dresen explica que decidió rodar el filme “después de una separación, que siempre se siente como una muerte menor”. Vestido con ropa informal y dando cuenta de su schnitzel, el director recuerda además que pronto va a cumplir 50 años. Una edad, dice, “para plantearte algunas cosas”.
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