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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La puerta y la ventana

Lo único claro en esto de Valdevaqueros es que se trata de un asunto de lo más oscuro

Lo único claro en lo de Valdevaqueros es que se trata de un asunto bastante oscuro. En principio, no se puede urbanizar la playa porque es eso, una playa, y las dunas y el salitre cuentan con derechos que el cemento no debe vulnerar; pero el Ayuntamiento de Tarifa, con la oposición residual de IU, resuelve que actúen los arquitectos; la Junta se ve obligada a ejercer de madre superiora y advierte que no tolerará avasallamientos, aunque nadie entienda muy bien qué quiere decir eso; el Estado central añade turbiedad al alegar que la ley puede revisarse y que duna no significa necesariamente playa, esto es, que cabe un hipotético caso en que podría construirse, si bien ello no implica que haya de hacerse de manera forzosa.

Después de desenredar semejante ovillo, el espectador, perplejo, sigue con la misma pregunta del principio: ¿se construirá o no? Es difícil decirlo. Si el asunto degenera en litigio entre partidos (como parece), es posible que terminemos en uno de esos sinsentidos que ya han llevado a otras zonas del litoral (Carboneras) a erigir impresionantes monumentos al vacío: obras mesopotámicas que se iniciaron nadie sabe por permiso de quién, que siguieron creciendo sin que nadie interpusiera prohibición ni prestara su anuencia, que se detuvieron drásticamente un día para dejar a todo el mundo descontento y que ahí siguen, de la costa en un ángulo oscuro, esperando la mano de nieve que sepa arrancarlas o darles el último empujón.

Nadie quiere su caleta convertida en una escombrera de rascacielos al estilo de Benidorm, pero los turistas alemanes llegan a Cádiz con ganas de surfear y tostarse al sol del océano y los ojos del vecindario hacen chiribitas. Contradicción insoluble que habrá que zanjar de alguna manera, pero que no tolera la pésima salida que ya conocemos: un hotel fantasma a la orilla de unas olas en que no se baña nadie.

La cuestión de fondo es más amplia y supera con creces las desavenencias de partidos y el vaivén de decisiones de última hora sobre la ley de costas. Es esta: que cuando el capitalismo entra por la puerta, el ecologismo sale por la ventana. Son dos modelos incompatibles de aprovechamiento del medio, dos métodos opuestos de abordar la realidad. El uno nos hace ricos, pero llena los mares de mierda; el otro es limpio y tiene porvenir, pero da poco de comer. Desde un despacho con pósters de color verde resulta sencillo decir que la naturaleza antecede a todo y que el lucro no debe prevalecer sobre la conservación de los paisajes: cuando una provincia señalada por los mayores índices de desempleo del país duda de si aprovechar sus recursos disponibles, en este caso los biológicos, para dar de comer a sus habitantes, los colores empiezan a matizarse. No creo que los tarifeños prefieran por las buenas ver convertido su aire puro en hormigón, pero entiendo que estén dispuestos a soportarlo si ello les permite seguir subsistiendo en medio de la tormenta económica que padecemos.

Desarrollo sostenible, conservación de la biosfera, energías renovables, reciclaje y todo eso son palabras de lo más hermoso, ideales a los que toda persona razonable se suma y que constituyen nuestra obligación moral: hasta que la supervivencia del entorno choca contra una cuestión mucho más acuciante y primera, a saber, la supervivencia de quienes lo habitan. Digo con esto que uno no sabe a qué carta quedarse y que tan legítimo parece exigir la pureza de la playa como el pan de los hijos; con lo cual todo sigue igual de embrollado que antes y la cosa termina tal y como empezó: que lo único claro en esto de Valdevaqueros es que se trata de un asunto de lo más oscuro.

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