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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El tratamiento

Recibí con irritación que coqueteaba con los instintos homicidas la decisión de cierta compañía aérea de tratarnos de tú, siempre de tú, por los altavoces del avión, o a través de su escuadra de azafatas y sobrecargos. Se trata de una cercanía desacostumbrada en nuestro idioma (no digamos entre los corteses americanos), y que incomoda a los mismísimos vascos, que han hecho del tuteo indiscriminado un espejo de su recalcitrante tosquedad ceremonial.

Sí, me irrita subir a los aviones de la compañía en cuestión y me irrita oír sus advertencias, como si me las dirigiera un colega, un camarada o un ex compañero de pupitre: “Escucha las instrucciones de seguridad que ahora vamos a ofrecerte”; “No te quites el cinturón hasta que el avión esté completamente parado”; “Comprueba que no dejas nada antes de salir”. Si tuviera a mano al responsable de mercadotecnia de la compañía le explicaría, también de modo informal, mis opiniones sobre su madre.

Todas las ideologías totalitarias imponen entre sus correligionarios el tratamiento informal, pero Milan Kundera observó que pronto lo extienden al ejercicio del poder, en concreto, a los aparatos represores. En una de sus novelas, Kundera describió el terror de un detenido, minuciosamente interrogado por la policía comunista checa: no había gritos, ni amenazas, ni violencia, pero el tuteo obraba como el arma más eficaz para la coacción, desnudaba mentalmente al detenido y le privaba de cualquier intimidad, de todo derecho al secreto.

También ocurre en los hospitales. Quizás se considera una nueva victoria (una más) del Estado del bienestar, pero lo cierto es que el tuteo vulnera la dignidad, en especial a las personas mayores. Esa gente acude con sus cuitas y ya el primer burócrata de la Administración sanitaria, con bata o sin ella, le aborda como si hablara con su tía de Huelva o con el vejete que vende lotería a la vuelta de la esquina y que conoce de siempre. Quizás los cursillos de inteligencia emocional determinan la conveniencia de tratar de ese modo a los enfermos, en busca de quién sabe qué efecto lenitivo para sus padecimientos, pero todos sabemos de personas concretas que se han sentido incomodadas, secretamente humilladas o directamente ofendidas, mientras les desnudan, les imponen un camisón corto sin cierre trasero y por fin, totalmente indefensos, todo el mundo empieza a tratarles de tú. Seguramente hay buena intención, pero cuando ingresó mi padre y le vi sometido a aquel tratamiento, lo consideré una absoluta falta de respeto.

Claro que esta argumentación se desmorona cuando examino mi conducta personal. De pronto, en el trabajo, en la calle, en la escalera, una persona educada, a menudo más joven que yo, me trata con un gentil y cortés usted, lleno de solera y de antiguos resabios. Y entonces:

— Por favor, por favor… trátame de tú, por favor…— es lo primero que digo.

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