Sobrantes y otros residuos
"Seguramente piensan que la broma les va a salir gratis, como al presidente del Tribunal Supremo, el beato Dívar, y sus ejercicios espirituales en Puerto Banús"
Aviso para navegantes. O casi mejor para náufragos. Esto de los recortes se va sabiendo cómo empezó, pero nadie predice cuándo acabará, ni si quedarán supervivientes. La advertencia vale para la tropa que se ha dedicado a pillar con todas las de la ley o sin mirar el Código Penal, incluyendo a los desvergonzados que precipitándose por la borda piden perdón —por pedir que no quede— o culpan al anticiclón de las Azores, pero ni camino del cadalso albergan la menor intención de devolver un céntimo del saldo acumulado en la era del pillaje. La cuchilla de la segadora es un artefacto sin alma ni sensibilidad. O sea, lo más parecido al régimen político que la maneja pero con menos margen de maniobra. De momento los desmanes de la banca delictiva con las inevitables complicidades de políticos afines y supervisores jugando a la petanca, siguen a cargo de una ciudadanía que va perdiendo tal condición a base de hachazos presupuestarios, robos con alevosía, sacrificios que justifican tres revueltas, arbitrariedades de diversa índole y sobredosis de cuentos chinos. El efecto propaganda también se evapora. Seguramente piensan que la broma les va a salir gratis, como al presidente del Tribunal Supremo, el beato Dívar, y sus ejercicios espirituales en Puerto Banús. Ya que estamos, la próxima semana caribeña con destino marbellí, gastos incluidos, su ilustrísima se puede llevar al fiscal que ha chapado el mondongo, al ministro del ramo, al secretario de Estado contra el cafelito y a todos los idólatras de la doble moral parapetados bajo la losa de sus sepulcros blanqueados. Qué hedor.
El asunto es que cualquier día de estos se presenta el interventor, tanto da que se llame Hansel o Gretel. En ese preciso instante, hay un montón de gente, también de gentuza, que sobra. Cuando llega un interventor y toca la trompeta, el organigrama pierde sentido y se derrumba como las murallas de Jericó. Si un mandado ajeno a las urnas autoriza los pagos, restringe las aspirinas, firma las nóminas y compra el papel higiénico, no hay protocolo que justifique un Gobierno de ficción como el de Mariano Rajoy, un Congreso discapacitado, un flato autonómico que cada día se parece más a la marcha fúnebre, tres subdelegaciones del Consell, la Loca Academia de la Lengua, tres Diputaciones provinciales, las Cortes de Cotino (no se lleven los muebles ni el cableado eléctrico), decenas de regidores con acreditada insolvencia, miles de asesores, ese fósil denominado Consell Valencià de Cultura y resto de la morralla institucional. Cuando llega el interventor, el de verdad, los así llamados que descuidaron sus obligaciones habrían de tirarse por el desagüe. También deberían autodestruirse la Sindicatura de Comptes, el Tribunal de Cuentas y otros ultramarinos incapaces de defender el fuerte de tanto asalto y bandidaje. Una cosa más: antes de quemar el Senado, salven los cuadros.
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