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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Bancos y ayudas

Cuando dimitió Rodrigo Rato de la presidencia de Bankia, corrí a leer el comunicado que había difundido a los medios. Asombrosamente, nada decía de los 1,80 euros que me afanó su entidad el otro día. Procedo a la narración del grave expolio. Un editor me había enviado un talón por 1.300 euros. El talón era de Bankia. Alborozado, me dirigí a cobrarlo. Nunca he sido cliente de Bankia, pero sí mi editor, así que supuse me recibirían con los brazos abiertos.

No hubo brazos abiertos, ni siquiera metafóricamente hablando. El mancebo no hizo amago de quererme. La conversación fue la siguiente. Este talón tiene gastos. ¿Gastos? 1,80 euros. ¿Cómo? 1,80 euros son los gastos. ¿Gastos? Para cobrar el talón íntegro debe acudir a la sucursal de origen. La sucursal de origen está a 400 kilómetros. Por eso tiene gastos. Comprendo, el dinero lo trae un correo a caballo. ¿Perdón? Son los gastos: el agua, la avena, el sueldo de Miguel Strogoff (Reconozco que en ese momento perdí los papeles y empecé a hablar de tonterías: redes telemáticas, Q de calidad, I+D+i…). ¿Quiere un recibo? No, no quiero un recibo.

Bankia es una suma de cajas. Las cajas no tienen afán de lucro y sí función social. Por eso entraron a saco en el negocio inmobiliario, financiaron la construcción de aeropuertos inútiles y mantienen los tipos hipotecarios por encima del que ofrecen los bancos. Conmueve la función (y la ausencia de afán). Ahora da grima que su salvación pase por el dinero público. Personalmente opino que los bancos, las cajas, las empresas de máquina-herramienta, las tiendas de filatelia y las panaderías deberían ser responsables de su suerte. Del mismo modo que los partidos, los sindicatos, las oenegés, las iglesias o los clubes de fútbol deberían sostenerse con su propio dinero. Pero al Estado le ha entrado la manía de ayudar a todo el mundo y no repara en gastos. Le es igual un indigente que un banquero; confunde churras con merinas. Robin Hood robaba a los ricos para dárselo a los pobres. El Estado es más ambicioso: roba a todo el mundo para dárselo a todo el mundo. Desde un punto de vista moral, es insultante. Desde un punto de vista funcional, es todo un lío.

Algunos difunden la especie de que si criticas al Estado eres un miserable. Es su modo de amordazar al disidente. Pero uno no es mejor o peor por pagar más o menos impuestos. Ni siquiera el recaudador mejora su calidad moral. En un Juicio Final, los liquidadores de Hacienda no tendrían más mérito que los liquidados. Son prejuicios de la opinión dominante, que siempre justifica la exacción, pero nunca concreta los agraciados. Gracias al Estado, no ayudas a quien quieres (por ejemplo, a Bankia), sino a quien ordena el político. Esa es la enorme diferencia entre quien opina que ayudar a los demás es obligación del Estado y quien opina que ayudar a los demás es su deber.

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