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Quitando las malas hierbas

Los operarios de la catedral de Barcelona eliminan la vegetación a golpe de espátula

José Ángel Montañés
Dos operarios de mantenimiento arrancan las hierbas de la catedral.
Dos operarios de mantenimiento arrancan las hierbas de la catedral.CARLES RIBAS

Las semana pasada la catedral de Barcelona volvió a lucir su fachada y el cimborrio libre de andamios, tras los trabajos de restauración que los han ocultado desde el año 2004. La corrosión del hierro que alteraba la piedra llevó a desmontar la enorme estructura coronada por la imagen de santa Elena —lo que permitió descubrir que había recibido 12 impactos de bala durante la Guerra Civil—, sustituir el metal por titanio y utilizar el láser y el chorro de arena para limpiar la piedra sin humedecerla y así eliminar la capa de suciedad que alteraba el color.

Los trabajos, que han costado unos 10 millones de euros, aportados en un 70% por la propia catedral de lo que cobra por las entradas a los turistas y el resto de ayudas públicas, según explicó el canónigo y responsable del patrimonio de la diócesis de Barcelona, Josep Maria Martí Bonet, durante la presentación de los trabajos, han devuelto el color original a la piedra. Ahora solo queda intervenir en uno de los campanarios y en el techo.

Sin embargo, el principal edificio gótico religioso de Barcelona necesita un mantenimiento continuo para impedir su deterioro por los agentes atmosféricos, sobre todo la contaminación y el agua de la lluvia, que se filtra por el interior de la piedra y la destruye; humanos, para minimizar los efectos de los millones de personas que la visitan cada año, y biológicos, sobre todo los que le vienen del cielo en forma de ave, y no es el Espíritu Santo, sino las palomas y gaviotas que defecan sobre el edificio. Tras la última intervención, las aves parecen controladas con la instalación de un cableado que crea un campo magnético y emite pequeñas descargas que las ahuyentan.

Pero la vegetación, aunque parezca mentira, también hace de las suyas, ya que crece en los lugares más inverosímiles y obliga al personal de mantenimiento a utilizar técnicas rudimentarias, como una espátula unida a un largo mango, seguramente la más eficaz para llegar a los sitios más difíciles. El pasado miércoles dos operarios recorrieron el tejado del templo recortando las plantas que habían crecido en las ranuras de la piedra. Mientras, abajo, un tercero las recogía del suelo. Los turistas que deambulaban por los alrededores no dudaron en fotografiar esta nueva atracción de la ciudad.

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Sobre la firma

José Ángel Montañés
Redactor de Cultura de EL PAÍS en Cataluña, donde hace el seguimiento de los temas de Arte y Patrimonio. Es licenciado en Prehistoria e Historia Antigua y diplomado en Restauración de Bienes Culturales y autor de libros como 'El niño secreto de los Dalí', publicado en 2020.

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